NOTA DE AUTOR

Prometo que no iba a escribir una historia romántica. De hecho, lo último que quería era hablar de amor, de vínculos o de gente que se besa sin discutir primero. Pero la vida, que tiene sentido del humor y mala leche, decidió que justo cuando yo quería silencio, me apareciera esta historia gritándome en la cabeza.

Modo Avión Activado nació un día cualquiera, entre una crisis existencial, un café que sabía a arrepentimiento y una sensación general de “ya no puedo con la humanidad”. Y pensé: ¿qué pasaría si una mujer como yo —cansada, irónica y con más sarcasmo que esperanza— se escapara de todo creyendo que así iba a encontrar paz?
Pues pasaría que el universo la dejaría varada en un pueblo sin Wi-Fi, con un gato con actitudes de juez y un hombre que parece alergia con patas.

Amara y Lian no nacieron para enamorarse. Nacieron para fastidiarse, para desarmarse y para que uno se diera cuenta de que a veces el caos también es una forma de compañía.
Ella habla hasta dormida. Él apenas habla.
Y aun así, terminan escuchándose.
Ni yo sé cómo pasó.

No me malinterpreten, esto no es una historia sobre sanar ni “reencontrarse con una misma”. Es más bien una historia sobre lo que pasa cuando no te queda de otra que convivir contigo y con alguien que te recuerda tus partes más insoportables. Es torpe, incómoda, graciosa y a veces dulce sin querer. Como la vida, básicamente.

Mientras la escribía, me reí. Mucho. De ellos, de mí, de todo. Y entendí que a veces escribir no es sanar, es solo exhalar. Como decir: “ok, sí, todo está patas arriba, pero al menos huele a café y hay alguien que te entiende sin necesidad de palabras.”

Si llegaste hasta aquí, gracias.
Ojalá Modo Avión Activado te saque una risa, una lágrima o ese suspiro que uno suelta cuando algo se siente honesto, aunque sea caótico.
No vine a prometerte amor perfecto.
Vine a recordarte que incluso desconectada, sigues viva. Y que a veces el caos… también hace compañía.