Penitence: Al fin te encontré

CAPITULO 5 Lágrimas internas: Aliz.

Al abrir los ojos, una luz blanca me hace cerrarlos de golpe y arrugar la frente. Siento mucho frio, quiero ponerme de pie pero  algo me lo impide. 

Abro los ojos nuevamente y lo primero que veo es un techo blanco con una inmensa luz del mismo color. Parpadeo varias veces hasta que mis ojos se acostumbran a ella, miro a mi alrededor; hay una mesita junto a mí con una lámpara y un vaso de agua…, las paredes todas blancas con gris. No necesito ser un genio para saber dónde estoy, pero ¿cómo he llegado hasta allí?

Mi mente comienza a trabajar rápidamente: El bar, Joey, sus hombres, mi padre que me h vendido…

Recuerdo todo de inmediato.

Junto a la cama está un hombre alto, de cabello castaño ojos azules. Lo reconozco, es el hombre ha estado en la oficina de Joey, el que me ha comprado  Merking  ¿Es el quien me ha llevado allí? Supongo de inmediato que sí.

—    Ten cuidado- parece preocupado –, tienes una intravenosa en la mano.

El terror se apodera de mi cuerpo, detesto las agujas, el ver la sangre…, el ver una aguja clavada en mi piel es terriblemente desagradable para mí. 

Me remuevo inquieta.

Las palabras no pueden salir de mi boca con coherencia. Estoy a punto de gritar cuando el hombre se me acerca y coloca cada mano sobre mis hombros.
—    Voy a buscar al doctor y a una enfermera, no te muevas.

Sale corriendo hasta la puerta, mientras yo intento levantarme de la cama. Me duele la cabeza y todo me da vueltas. 

A continuación, me incorporo lentamente, pero cuando toco el suelo frío estoy a punto de caerme.

—    Wow, señorita ¿a dónde cree que va?

Un hombre con una bata blanca me sostiene los brazos, junto con el otro hombre que salió un momento atrás. 

Es bien parecido: sus ojos están muy juntos, grandes y de un color avellana, su cabello castaño claro oscuro. Ambos son prácticamente del mismo tamaño, les doy más debajo de la barbilla.

Trato de zafarme del agarre pero me lo impiden. Odio los hospitales no puedo permanecer allí más tiempo o enloqueceré.

—    Ayuda.

Aquella única palabra es un susurro.

El médico me pide que me recueste en la cama. Sé que no servirá de nada luchar porque ellos son dos y yo solo una 

¡Demonios! ¿Por qué no puedo hablar coherentemente?

—    Tenemos que examinarte. – el hombre le habla a una enfermera que no he notado que está allí y se enfoca en mí– ¿Puedes decirme tu nombre?

Tomo aire varias veces intentando calmarme, pero no puedo.

—    Aliz.- digo con un sonido ronco, pero suficientemente alto.
—    ¿Tu nombre es Aliz?

Afirmo con la cabeza porque es lo único que puedo hacer ya que mi voz se niega a salir.
—    Aliz, debemos examinarte y hacerte algunas preguntas– el hombre saca un objeto parecido a un bolígrafo y lo coloca sobre mi ojo –. Necesito que te calmes, sé que puede resultar estresante, y algo… incomodo, pero es necesario que cooperes, ¿de acuerdo?

No puedo dejar de moverme, por más que quiera. Estoy asustada, asustada hasta los huesos. 
Odio profundamente los hospitales. Es decir, en serio lo odio, no es que simplemente me desagradan o no me gustan. No. Yo detesto estar en un hospital. Además, no sé cuánto tiempo llevo allí, todo lo que pueden haberme hecho, quizás por eso es que no puedo estar tranquila.

O tal vez por eso no pueda hablar con claridad.

La enfermera sostiene una aguja cerca de mi brazo, y entonces lo que siento no es miedo, aquello es lo que le sigue. 

¡Me siento en pánico! 

¡No!, drogas no por favor.

¡Maldita sea!, ¿dónde está mi voz? Cierro los ojos con fuerzas y ruego al cielo porque me puedan entender.

—    Quédate tranquila por favor. No te va a pasar nada.
—    ¡NO! –  suelto finalmente un grito desgarrador.

El chico de ojos azules, Merking que permanece junto al doctor me mira con expresión totalmente preocupada. No se mueve pero parece comprenderme. Lo miro fijamente y puedo notar que está  a punto de hablar.
—    Espera Robert, no.
—    Zeath sal de aquí.
—    Espera, maldita sea. 
El médico le hace una seña a la enfermera, y ésta baja la inyectadora.

—    ¿Qué rayos crees que estás haciendo? – le pregunta el médico a Zeath, pero éste lo ignora.
—    Aliz, ¿puedes comprender lo que decimos? – me pregunta acercándose a mí. Asiento, con mi respiración acelerada –. Necesitamos saber qué te sucedió, pero debes calmarte para que puedas hablar, tendrán que sedarte para que estés más relajada. Es necesario que te examine el médico, sufriste varias lesiones y...
—    ¡No! –  grito de nuevo mirando a la enfermera – No me toques. 
Ambos hombres comparten una extraña mirada. 
—    Es necesario Aliz. Te aseguro que estas en buenas manos, aquí nadie te hará daño




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