Reina Efímera

Deuda

Dormí muy bien en comparación de otras noches, se me estaba volviendo hábito dormir pensando en él.  Abrí mis ojos, sintiéndolos pesados a la luz del sol, la cual ya alumbraba perfectamente la habitación. De un brinco dejé la cama. Lo primero con lo que mis ojos se encontraron fue con la silla vacía al frente. El entusiasmo se redujo casi al instante, y en su lugar sentía el desconcierto ensancharse.

Desde que habíamos llegado, muy interiormente me guardaba el goce de encontrarme con su presencia al empezar mi día. A toda prisa busqué mis zapatos, antes de terminar de ajustarme el segundo, alguien llamó a la puerta.

―En seguida…

Al atender vi a Joaquín. Parecía nervioso con sus ojos grandes avistarme sin parpadear. La camisa floja de algodón blanca que llevaba desentonó con sus mejías color cereza. Los mechones de su cabello taheño estaban revueltos y despeinados.

―Hola, Ana. No quería molestar, pero me preguntaba, si podía pasar un momento.

No pude negarme. Le hice señas de entrar. Con pasos largos y pesados ingresó a la alcoba. Se sobó las manos, nervioso.

―Hoy no nos acompañó al desayuno. Jon… él, bueno se la ha pasado casi toda la mañana impidiendo que tenga pretendientes.

Abrí los ojos a más no poder.

― ¿Pretendientes?

Se acomodó en la silla, sin dejar la intranquilidad en sus gestos. ¡Qué contraste verlo a él ahí sentado en lugar de Jon!

―Sí, anoche en la plaza, muchos de los jóvenes solteros se interesaron en pretenderla, pero Jon se ha negado a todos. Antes de rechazar al primero, nos dijo que mañana se irán.

Comprendí el estado de ánimo en Joaquín. Desconocía esa información y evidentemente mi rostro estupefacto lo indicaba.  

―Joaquín, ¿él en verdad dijo eso?

―Sí, pensé que se sentía mal o algo así. Por eso quise venir.

―Bueno, no. Creo que como anoche me acosté muy cansada fui la última en despertar, pero estoy bien.

Sonrió tímidamente. Inclinó la vista y se puso de pie.

―De ser así, veo que no hay de qué preocuparse ―Agregó dirigiéndose a la puerta.

Me echó la vista antes de salir. Siguió mostrándose retraído y sonrojado.

― ¡Gracias, Joaquín! ―Expresé con una amplia sonrisa, animándolo.

Abrió la puerta y después que su mirada reflejara un cierto agrado se marchó de la habitación. Me dispuse antes de salir, acomodar las sabanillas de la cama. Casi por terminar, escuché la puerta abrirse. Mi corazón salvajemente se encogió dentro de mí, de soslayo miré la imponente figura de Jon a grandes pasos aproximarse.

En mi vientre todo se revolvía, como si mil gusanos se arrastraran sin piedad. Aunque ansiaba mirarlo, opté por fingir que estaba muy ocupada haciendo la cama. Evitaba mostrarle mi excitabilidad.

―No debería hacer eso.

Me volví a él ceñuda, sin comprender el sentido de lo que dijo. Me echó la vista con esa seriedad cortante en su mirar y se sentó en la silla.

― ¿Hacer qué? 

―Es incorrecto que le permita a Joaquín entrar a su habitación si está a solas ―Explicó, secamente.

Hubiese preferido un saludo alegre, pero a pesar del desconcierto que me produjo su reprensión, no pude evitar que me gustara la idea de que se preocupara por mí.

―Para serle honesta, no le veo lo malo.

Cruzó los brazos sobre el pecho, estrechando la mirada.

―Princesa, no es malo. Simplemente con eso usted le da a entender algo inapropiado ―Dijo entre dientes. 

No sabía si era muy torpe. No entendía que significaba ese consejo. ¿Podría Jon sentir celos de Joaquín? 

―Jon, creo que exagera un poco. Hubiera visto lo preocupado que estaba por mí al no verme ir a comer con todos como sucede siempre. 

Desvió la mirada completamente desinteresado ante mi absurda digresión.

―Nuestro viaje continuará mañana. Usted volverá al lado de su padre, pronto.

Con recia seriedad en su semblante, se puso de pie. Esas palabras borraron de mí mente cualquier alegría. Fue entonces que por fin comprendí a lo que se refería. No pertenecía a ese entorno, pronto volvería a mi habitual y aburrido ambiente. La tristeza me envolvió.

―Mañana, ¿en verdad? ―Mi voz parecía atormentada.

Su mirada se encontró con la mía.

―Sí, mañana es propicio. Ya hablé con Doña Marcela, aunque se ha encariñado mucho con usted, comprende que debemos seguir.

Me encogí de hombros, inclinando la mirada. Lo último que escuché de Jon, fue la puerta cerrarse. Me desplomé en la cama, pensativa. Pasé un rato sin poder creer cuanto me había acostumbrado a estar alejada de mi hogar, viviendo tan diferente a como solía ser todo para mí.

Observé el viejo fardel al fondo de la habitación. Me dispuse a revisarlo.

No recordaba que contenía cosas que no había usado, todavía. Con cuidado busqué el resto de mis pertenencias en la estrecha habitación, en realidad las que Jon me había dado. Las acomodé, dejando listo el amplio saco casi lleno al lado de la cama.




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