Atravesábamos el pueblo, mientras algunos curiosos nos echaban la vista. Jon iba caminando sosteniendo las bridas en sus manos.
Disfruté de no haber caminado para nada, incluso cuando estuvimos ante Nigromante y el Rey Adenias, siempre permanecí cómodamente subida en Bruno. Aunque estoy convencida que no fue del todo intensión de Jon mi comodidad sino para que seguramente no interfiriera.
—Eso fue aterrador, Jon.
Aún me sentía comprometida con aquel suceso. Aunque Jon siempre se mostraba serio, ahora parecía como si le fuera imposible. Lo observaba aún desconcertada.
Se volvió a mí intentando contenerse, pero sus labios no pudieron seguir apretados, mostraron en libertad su ancha sonrisa. Me incomodó, pero traté de disimularlo.
La mujer deslumbrante que tanto le había fascinado a Jon se había quedado en el castillo a Dios gracias, lo cual me alivió.
—Estaba convencido que conocía las habladurías de esa flor.
Se volvió una vez más al frente sin que esa sonrisa se extinguiera de sus labios. Mi ceño se frunció en contra de mi voluntad.
—Pues no lo sabía, y menos que era milagrosa.
Respiró profundamente, e intentó ponerse serio.
—Es una flor muy especial, no se le aparece a cualquiera sólo a los puros de corazón. Es un regalo de la naturaleza a los humanos, se dice que la flor elige a quien mostrarse, usualmente seres mágicos la custodian, ellos prueban el corazón de a quien se le revela y también sus intenciones. Por eso le llaman así, “La flor mágica de los vigilantes”
—¿Entonces quiere decir que es puro de corazón, Jon? —Quise saber, mientras se me escapaba ahora a mí una sonrisa, pero era más muestra de humor divertido que de alegría.
Jon desató una carcajada, luego añadió:
—No, no lo creo, no fui yo quien la encontró.
—¿NO?
—No, de hecho, quien la encontró fue usted Princesa, ya lo olvidó.
Busqué en mi recóndita memoria y me di cuenta que Jon tenía razón. No me lo esperaba, parecía una broma, ¿yo ser pura de corazón? Absurdo. No pude seguir sonriendo.
—Bueno, al menos sé que tengo un corazón puro, lo cual es raro.
—Eso parece. —Dijo entre risas, sin que su vista se apartara del camino.
Habíamos dejado el pueblo. Sin embargo, todos aquellos celos mórbidos me torturaron, en especial cuando no seguimos conversando.
Pensaba inevitablemente en esa mujer, y lo mucho que Jon se había sentido atraído a ella. Una parte en mi corazón comprendía lo que Jon había sentido. Su preciosidad seguía intimidándome, aún en lo recóndito de mis pensamientos y en mi memoria.
—Jon, ¿usted conocía a esa mujer?
Una vez más los celos se apoderaron de mi razón. Estaba por responderme, pero en lo profundo de sus ojos brotó una intensa alegría. No pude obviar tal abstracción, como él fijé mi atención al frente, y una vez más la despampanante doncella se hallaba casi por arte de magia a unos cuantos pasos adelante, sobre el ancho sendero. En la delicadeza de su belleza una cálida sonrisa adornaba sus labios rojo sangre, ese gesto sin duda expresaba un incontenible deleite y regocijo. Fue tal la manera en que Jon quedó deslumbrado que soltó las riendas del caballo, mientras ella se acercaba con pasos finos hacia nosotros.
Sentí el corazón apretado al verla una vez más aparecer de la nada en nuestro camino. Jon parecía completamente dichoso de ir a su encuentro.
Quedaron uno frente al otro contemplándose en silencio, mirándose de hito a hito. Noté en ambos en esa forma tan íntima de mostrarse abstraídos que existía un lenguaje profundo y silencioso, en cuyas miradas se expresaban un amor espontáneo y sincero.
Nunca noté a Jon tan atolondrado. Me aturdió reconocer que probablemente esa mujer no sólo le gustaba, sino que también la amaba.
Ella fue la primera en hablar y romper esa discreción que a la misma vez expresaba mucho entre ambos.
—¡Santo Cielo, Jon! Creí que alucinaba o que eras obra de algún parecido extraordinario.
Se notó una liberal sinceridad en el tono arrullador de su voz dulce.
—¡Nigromante! Creí lo mismo, pero me da mucho gusto volverte a ver, estaba convencido que nunca nos encontraríamos de nuevo.
Los ojos de ella resplandecieron de intensa dicha.
—Pues ya ves, el destino y la vida nos conceden otra oportunidad.
Al oírlos hablar de ese modo, me imaginé algo que casi me produce un desmayo. ¿Qué tal, si ella era algo de Jon, o lo había sido?
Una de sus manos se estiró a la cabeza de Bruno y cariñosamente le sobó su espesa crin, el caballo parecía tan animado como Jon, respondía con relinchidos amistosos.
—¡Oh! ¡Cuánto tiempo! Bruno estás igual, ¡qué gusto!
¡Hasta conocía a Bruno! Examinaba los alegres movimientos del caballo, boquiabierta.
Ella me echó la vista, una vez más me sonreía amistosamente, al encontrarme con sus ojos no pude ni siquiera cerrar la boca.
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Editado: 22.07.2021