1. Mantra

La primera vez que hizo crecer bugambilias tenía 6 años.

Recuerda los gritos de sus compañeros, quienes usaron palabras muy feas para referirse a él y a su familia; brujos, monstruo, ser maldito y engendros del diablo son una mochila pesada que carga desde entonces.

Veinte años más tarde, la lluvia primaveral lo empapa de pies a cabeza. Él, sin siquiera perturbarse, continúa su caminata de regreso a casa. Se siente ansioso por ver a su esposa y estamparle un beso en la mejilla, preguntarle cómo le fue en su día y escucharla hablar de los vecinos mientras ambos preparan la cena; esa rutina lo mantiene cuerdo. Sin embargo, la ansiedad también proviene de su abstinencia.

Hoy necesita ir al Jardín. Nota que la mano derecha tiembla, pero la temperatura es agradable incluso bajo la lluvia. Aferra la otra al mango de su maletín y repite «yo controlo los brotes, yo decido cuándo han de crecer», un mantra que le enseñó su madre luego del accidente.

Minutos después cruza el umbral de la entrada. Rita, su esposa, lo envuelve en una toalla.

—¿Y el paraguas? —pregunta—, ¿se rompió?

—No, yo… lo olvidé —confiesa, avergonzado. No notó que le faltaba hasta que caminó más de la mitad del trayecto, cuando cayeron las primeras gotas sobre su cabeza.

—¿En la oficina? —Asiente—. Amor, ayer fue el sombrero, hoy fue el paraguas. ¿Sucede algo?

—Lo siento, no sé por qué estoy tan distraído.

—Está bien —dice ella, no muy convencida—. Ahora ve a buscar ropa limpia mientras te preparo un baño caliente, ¿sí?

Vuelve a asentir. Mientras se dirige a la habitación, el cosquilleo en sus dedos se torna más intenso.

«Yo controlo los brotes, yo decido cuándo han de crecer. Yo controlo los brotes y yo decido que esta noche, en el Jardín, crecerán», piensa.