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Te diste cuenta que te habían convertido en un vil pusilánime, un malhechor de su tiempo. ¿Te diste cuenta que te habían convertido en un vil pusilánime? Lo sabías, secretamente estabas convencido de que habían cometido una injusticia con vos y con los millones de gusanos de ahí abajo, que desperdiciaban sus días buscando un poco de agua y comida. Tomaste una jarra de vidrio, le pusiste una bolsa para filtrar el café. En la bolsa para colar café pusiste un trozo de carbón partido en varios pedazos, una piedra chica de cuarzo, unas gotas de cloro y arena gruesa lavada. Entonces sí, vertiste el agua pestilente del río sobre la jarra y el sistema de filtros que habías inventado hizo lo suyo. Retiraste el colador de café. Levantaste la jarra a contra luz y la viste cristalina, como era antes de que la podredumbre se apoderara de todo. Serviste un poco en el vaso que siempre usabas y bebiste un trago profundo. Lo sentiste límpido y fresco corriendo por tu garganta. Esperaste unos segundos. Nada. Una hora y nada, te sentías bien. Te fuiste a recostar sobre el sillón, antes pusiste la radio y te tiraste a escuchar las noticias. Nada bueno pasaba ahí afuera. ¿Y adentro tuyo? Nada de nada, Koya, estabas vivo, tu sistema de filtrado de agua había resultado un éxito. Un éxito, gritaste, y tus ojos se encendieron poseídos con la maligna satisfacción del malhechor empoderado. En adelante canjearías comida por agua limpia para tomar, ropa por agua, medicamentos y hasta sexo del bueno, Koya, todo a cambio de tu agua limpia y clara, deliciosa. No necesitabas un chip metido bajo tu piel como los otros. Ahora podrías vivir sin la necesidad de pertenecer al régimen. Al diablo con la Comunidad Internacional y con Centro de Control Ciudadano, el CCC, tal como le llamaban todos a ese nuevo dios que regía sus vidas y sus destinos.