A las puertas del infierno

Atravesé raudamente la playa llegando pronto a la otra orilla donde se encuentra el camino de tierra que conduce a un populoso barrio. Por el terraplén no había señal alguna de de vida o de las infernales criaturas, a lo lejos se podía escuchar a modo de murmullo ladridos persistentes de perros, gritos y lamentos. Pisé el acelerador a fondo procurando sacarle a la camioneta el límite de velocidad; rodaba sorteando pozos y ondulaciones en el polvoriento y mortalmente oscuro sendero, pasé al lado de una iglesia con un gran campanario y no vi señales de vida, avanzaba veloz como si tratara de penetrar en la siniestra oscuridad, como si la misma noche nos engullera vorazmente y las luces del vehículo la cortara como un cuchillo filo que destaza la carne. 

También cruce por el barrio en el que si vi a los zombis deambular por las calles, harapientos y sangrientos volvían sus miradas hacia la camioneta y se tambaleaban en nuestra dirección casi con un esfuerzo coordenado,a una adolescente el brazo le colgaba de una manera grotesca del hombro como si estuviera sujeta por una hebra de tendones, a un sujeto gordo las entrañas le colgaban de la cabidad abierta del estómago hasta el suelo, las tripas se le enrredaban a los pies al caminar y mientras avanzaba más se le salían y los iva arrastrando en un horrendo despliegue de sangre e intestinos. 

El miedo y el asco me provocaron auténtico terror, las casas ofrecían un aire sobrio de abandono, ahí no había nada vivo salvo los que no lo están, no había luz eléctrica y solo se escuchaban los lamentos aterradores de los muertos malditos que habían tomado por asalto todo el lugar, seguí mi camino sin detenerme dejando atrás ese lugar abandonado de la mano de Dios.