Consejo de padre

    Consejo de padre

El sol de la tarde se filtraba a través de la ventana, tiñendo la habitación con tonos dorados. Afuera, el viento movía suavemente las hojas de los árboles, como si la naturaleza misma supiera que aquel era un día especial. Era su cumpleaños número dieciocho. Un día que para muchos sería solo una celebración más, pero para él quedaría marcado en su alma.
Su padre entró en la habitación con paso tranquilo. Su mirada llevaba impreso el peso de los años, de las experiencias vividas, de las palabras no dichas y de aquellas que, en ese momento, debían ser pronunciadas. Se sentó a su lado, pasó un brazo sobre sus hombros y suspiró con una leve sonrisa melancólica.
—Hijo, hoy es un día importante. Hoy te conviertes en un hombre, y quiero regalarte algo que no se puede envolver ni comprar. Algo que ojalá alguien me hubiera dicho a tu edad —hizo una pausa, observando cómo su hijo lo miraba con curiosidad, como si esperara una revelación secreta.
—Cuando un hombre se enamora de una mujer, la estudia. Aprende lo que le gusta y lo que no. Descubre sus hábitos, sus sueños, sus miedos. Se esfuerza en cada detalle, en cada palabra, en cada gesto. La admira, la escucha, la descubre… Y entonces, se casa. Y ahí, hijo, muchos cometen el peor error —su voz se volvió más baja, más íntima—. Dejan de estudiar. Dejan de observar. Creen que ya lo saben todo sobre ella y con el tiempo se vuelven extraños el uno para el otro.
El joven frunció el ceño. No entendía del todo, pero algo en las palabras de su padre le provocó un escalofrío, como si fueran un eco de algo que algún día recordaría con claridad.
—Las relaciones deben ser como la educación —continuó su padre con paciencia—. Cuando te enamoras, es la primaria. Todo es nuevo, emocionante, puro. Luego, pasas a la secundaria, donde descubres que el amor también tiene desafíos, diferencias, cambios. Pero cuando te casas, hijo… Ahí es cuando realmente empieza el aprendizaje. Es el pregrado, la especialización, la maestría y, con el tiempo, el doctorado. Nunca dejes de aprender nuevas cosas de la persona que amas. Nunca pienses que ya la conoces por completo, porque en ese momento, sin darte cuenta, empezarás a perderla.
El muchacho asintió lentamente. No dijo nada. Sabía que esas palabras se quedarían grabadas en su corazón, aunque quizás en ese momento no comprendiera su verdadero peso.
Los años pasaron. El tiempo, con su inquebrantable paso, lo llevó a uno de los días más importantes de su vida. Su boda.
El salón estaba lleno de risas, abrazos y felicidad. Pero en medio de la celebración, su padre se acercó a él y lo apartó suavemente del bullicio. Lo miró con orgullo, con amor, con esa complicidad que solo un padre e hijo pueden compartir.
—Hoy inicias tu pregrado —susurró con una sonrisa leve pero llena de significado.
El joven sintió un nudo en la garganta. En ese instante, lo comprendió todo. Recordó aquella conversación de hace años y sintió que su corazón se llenaba de gratitud.
Su padre desvió la mirada y la posó sobre su esposa, la madre de sus hijos, la mujer que había caminado a su lado durante tantos años. Ella reía, ajena a su conversación, con ese brillo en los ojos que parecía iluminar toda la habitación. Sus labios se curvaron en una sonrisa de pura devoción, de amor infinito. Y entonces, como quien comparte un secreto invaluable, volvió a hablar en voz baja.
—¿Sabes? Creo que yo iniciaré mi doctorado —sus palabras llevaban un tono de orgullo, de dulzura, de certeza absoluta.
El hijo lo miró y sintió que sus ojos se humedecían. Ahora lo entendía. El amor no era un destino. No era solo llegar y quedarse. Era un viaje interminable de aprendizaje, de descubrimiento, de redescubrir cada día a la persona elegida.
Porque el amor, el verdadero amor, no es estático. Es un proceso, una evolución, una lección que nunca termina.
Para muchos hombres no siempre hay un padre que les dé estos consejos. Pero aquellos que los escuchan, aunque sea una vez en la vida, tienen en sus manos el poder de construir relaciones sólidas, profundas y eternas. Porque amar es conocer. Y conocer es nunca dejar de aprender.



#1182 en Novela contemporánea

En el texto hay: amor, padre, padre e hijos

Editado: 11.03.2025

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