Prólogo

— ¡Juguemos! —Chillé, tirando la manga de su camisa, a la vez que lo arrastraba por el patio de nuestra casa.

Sentí cómo jaló su brazo, zafándose de mi agarre, por lo que me detuve y giré a mirarlo.

Su rostro estaba serio y sus ojos azules ya no tenían el mismo brillo de antes, ahora eran más oscuros, como si se traran del fondo del océano. Había cambiado, algo en él ya no era lo mismo. Su postura era la de un niño mayor, no la de uno de diez años. Ese ya no era mi hermano.

— No puedo jugar contigo, debo ir con papá. —Su voz fue fría e indiferente, algo que, muy dentro de mí, logró asustarme.

Junté las manos sobre mi estómago y clavé mis ojos en el pasto, no podía seguir aguantando esa mirada de su parte.

— Siempre tienes que ir con papá. —Le susurré, algo retraída.

No lo entendía, él había dejando de jugar conmigo desde que papá lo había llevado a acampar ese fin de semana, ya hacía un mes.

Algo había cambiado en aquél viaje, algo había cambiado dentro de él y, lo peor, estaba segura de que ya nada volvería a ser lo mismo.

— Y tú siempre tienes que ser una niña tonta que no entiende nada, Kim. —Contestó enojado, como si yo tuviera la culpa de algo.

Mis ojos se abrieron por la sorpresa y mi cabeza se levantó para mirarlo, estaba tenso y su respiración era agitada.

Fruncí mi ceño, enojada por su actitud hacia mí.

— Lo entendería si me lo explicaran. —Contraataqué.

Ya me había cansado de que me echara en cara que no entendía nada, ni siquiera sabía qué era lo que tenía que entender.

Tomó aire y abrió la boca para comenzar a hablar, pero algo lo detuvo.

Su rostro cambió a uno de miedo, su mirada estaba fija a mis espaldas y sus labios se encontraban entreabiertos.

Luego desvió sus ojos hacía mí.

— Kim. —Logró murmurar y se notó como su voz temblaba.

No entendí qué estaba pasando, sólo pude escuchar un fuerte estruendo y los gritos de Brian llamándome antes de que todo se volviera negro.