Frágil e infinito

Capítulo 18

—Tu amigo... Theo. Tiene capacidad, sí. Pero es demasiado emocional para esta profesión. Hay que ser duros ¿entiendes? En urgencia se debe tratar al paciente en el momento. Lo que ocurra después, no es de nuestra incumbencia. Si sigue así, quedará fuera de juego pronto —masculló Thomas Jefferson en el segundo encuentro con Lucy. Fue en ese instante, que ella lo supo. Todo saldría mal. Aunque tendía a creer que los demás guardaban buenas intenciones, tras escuchar aquel palabrerío una llama de furia se encendió en su interior—. ¿No lo crees?

—No —contestó con seguridad; bebió un largo trago de vino blanco y continuó—. Theo es una gran persona. Pero si hablamos del trabajo, es uno de los mejores profesionales que he conocido. De hecho, todos en el hospital lo quieren.

Casi todos —corrigió—. De acuerdo. Eres su amiga, claro que vas a pensar bien de él. Deberías ser médica para entenderlo. Por cierto, ¿cuál es tu título?

—Asistente social —expresó, orgullosa de sí misma—. Me he capacitado durante años. A veces trabajo con ustedes así que entiendo bastante bien el ambiente. Créeme que lo hago —defendió su postura. Luego, trató de mitigar la ira bebiendo otra copa de vino. En lo único que podía pensar era en que quería irse de ahí. Ya ni siquiera comprendía por qué había aceptado otra salida con él.

—Sí, claro. Lo entiendes —lo dijo en un tono irónico, incrementando la molestia de la chica que, harta, se puso de pie.

—Creo que mejor me voy a casa —de pronto salió de la silla. Experimentó un leve mareo, lo que le recordó que había bebido cuatro copas de vino a lo largo de la noche y que en realidad, no estaba acostumbrada a beber tan seguido. Debió controlarse.

—Lucy, siéntate. No hagamos el ridículo. Solo era una broma —trató de minimizar la situación. Demasiado tarde.

La jovén mujer era introvertida, silenciosa y usualmente trataba al resto con normalidad, pero eso no impedía que pudiera enfadarse. Tenía orgullo. Se sentía segura de la persona que era -y en la que se estaba convirtiendo- y la chica que se dejaba pisotear había quedado atrapada en su adolescencia. Tenía en claro sus creencias y valores, tenía en claro que merecía respeto.

—Prefiero irme a casa. De verdad —sacó un par de billetes, pagando su parte de la cena y los depositó en la mesa—. Adiós, Thomas.

Con la frente en alto, se escabulló hacia la salida. En el exterior, caminó a través de la acera del extenso boulevard en busca de un taxi. Pero antes de que pudiera sonreír por haberse librado de ese hombre, éste apareció y la sujetó por el brazo.

—Hey. ¿Qué haces? —se quejó.

—Espera. Te propongo algo. Vamos a mi apartamento y dejemos esta estúpida discusión atrás.

—No —Lucy se removió, intentando liberarse—. Prefiero ir a casa.

—Vamos. No seas tan terca. Te haré conocer lo que es bueno.

—Suéltame —alzó la voz. Se sacudió con fuerzas hasta desligarse de su agarre y en ese brusco movimiento, la pequeña cartera con sus pertenencias cayó al suelo. Todo en su interior quedó desparramado sobre el piso. Como si no tuviera suficiente, un vehículo pasó a gran velocidad, la rueda invadió un charco de agua y un montón de gotas la mojaron—. No iré contigo a ninguna parte. Déjame en paz —levantó la barbilla, haciendo caso omiso al incidente. No podía quebrarse.

Aturdida, se agachó a recoger sus pertenencias. Lo hizo apresurada, quería salir de ahí cuanto antes.

—Como sea. Ni siquiera me gustas —escupió, fingiendo que no le importaba. En realidad, Jefferson estaba furioso porque la chica acababa de rechazarlo—. Ni siquiera eres linda. Eres tan...

—¡Y tú eres una persona horrible! —largó Lucy, interrumpiendo sus palabras dañinas. Se desconoció, allí de pie, elevando la voz, gritándole a alguien de esa forma. Tenía que defenderse. Tras incorporarse, se alejó del hombre, metiéndose en el primer taxi que encontró libre. Iría a casa.

 

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<<No puede ser. No puede ser. Esto no puede estar pasando>> se repitió a sí misma, mientras hurgaba desperada en su bolso. Las llaves del apartamento no estaban. Era la quinta vez que revisaba así que no le quedó opción más que aceptar que las había perdido. ¿Y ahora qué?

Quedarse en los pasillos del edificio durante el resto de la madrugada no era buena idea. Nunca sabía cuando podía aparecer algún inquilino borracho, drogado o simplemente con ganas de molestar. También corría el riesgo de que Adrian estuviera por ahí. Nada bueno podía salir de eso. Tampoco quería ir a casa de su padre. Evitaba a su familia por un montón de razones, llegar a mitad de la madrugada hecha un desastre, medio ebria y sin las llaves de la casa, le daría una razón a sus familiares para que la siguiera considerando un <<fracaso>>.

Tenía el celular en su mano cuando este vibró.

Theo: ¿Así que otra cita con Jefferson, eh?

Ahí estaba. Su salvación.

Lucy: ¿Puedo llamarte?

Ni siquiera pasaron cinco segundos cuando Theo la llamó. Preocupado, preguntó qué pasó y Lucy se enredó mil veces en sus propias palabras al intentar explicar todo lo que había pasado.

—El punto es que perdí las llaves del apartamento. Olvidé el abrigo en el auto de Thomas. Ahora estoy en la puerta, muriendo de frío. ¿Crees que puedo quedarme en tu casa por esta noche? —preguntó, un tanto apenada pero tranquila al mismo tiempo. Oír su voz le había dado calma. Él siempre sabía cómo arreglar todo.

—Claro que sí, Lucy.

—Genial. Tomaré un taxi.

—No. Espérame ahí. Pasaré a recogerte.

—Está bien. Puedo tomar un taxi. En serio.

—Dijiste que no tenías abrigo. Te vas a enfermar si sales así a la calle —insistió. De fondo, se oyó un tintineo—. ¿Escuchaste eso? Son las llaves de la moto. Voy ahora mismo para allá.




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