Un día

Quién sabe cuánto tiempo te queda. Cuánto tiempo te queda antes de que te marches, el momento comienza a desaparecer y pienso en ello. En este hogar que construimos y el silencio que me espera cuando ya no estés. Siendo el último, estoy seguro de que cerraré las puertas antes de que el polvo devore los cimientos de lo que fue.

Soy un hombre de costumbres en cierta forma, el amor me ha vuelto un ser incondicional y creo que se nota a través de mi alma; cómo se asoma el hecho de que jamás olvidó a quien mi corazón alguna vez amó. Se vuelven esos seres que se empapan en la nostalgia y anidan para siempre en forma de recuerdos. Es casi como una maldición arraigada a mi sangre, pues no soy el único que sufre de estas dañinas costumbres dentro de mi familia.

Pero, pese a todo, sé que no notaré cuando te vayas, sé que no lo haré. Me levantaré de la cama y veré tus zapatos en dónde los dejaste, tus ropas destendidas, los platos en dónde comiste, tu aroma rondando el ambiente, tus plantas que esperan el agua de tu pequeña regadera, las cenizas del cigarrillo que quemas por las mañanas. Yo te esperaré, sentado en la mesa, con la mente perdida recordando el aroma de tus almuerzos. Cómo siempre, te llamaré, no responderás como en ocasiones. Se que nunca te gustó cocinar, pero lo haces y lo haces muy bien, pero nunca te gustó hacerlo. Entonces, al pasar los segundos, los minutos, las horas y no obtener respuesta, caeré en la cuenta de que ya no estás. Que tu aroma se desvanece y tus zapatos se llenan de polvo, tu cama seguirá destendida y el humo espeso comenzará a escaparse por la ventana. Solo entonces, mi corazón recordará el presente, pero soy terco y el amor me ha hecho un ser incondicional.

Mis ojos sabrán la verdad, mis ideas y recuerdos se negarán rotundamente, mis emociones se alborotarán en silencio, pero seguiré esperando en aquella silla, aunque pasen días. Y, en el silencio de aquella sala, mi mente tendrá que asimilar que ya no volverás, nunca más.