Los girasoles también lloran

Introducción. Carta.

 

 

 

Es triste verme al espejo y no reconocer a la escuálida figura reflejada por este, como si cada centímetro de su persona cargase con una penumbra de molestos lamentos; es triste ver lo muy perdida, sin emociones, aspiraciones y sueños se encuentra estancada mi vida. Miro y caen a mi cabeza muchas cosas: ¿a quién pertenece la figura toda debilitada que está ahí? ¿Quién, por el basto cielo, es esa horrorosa mujer que le llora a la almohada en las raras ocasiones donde está sola? Es triste cuando miro al frente y a mi mente caen aquellos recuerdos amargos de un pasado cuestionable… oscuro; es triste que mi piel esté mancillada por tantas marcas de eventos que, en primer lugar, nunca debieron ocurrir.

Aquí, en una mezcla de mi mente con visión pesimista y la mera realidad, todo es oscuro y silencioso. Faltan luces; no todo está iluminado y esa propia oscuridad cae mal a mi estómago, pues es falta de luz y color lo que me ha rodeado ya hace añales. Es falta de motivación

Libertad. Dios mío.

Aquellos días en los cuales mis ojos presenciaron escenas que antes no despertaron sentimientos de alerta, como si estuviesen cubiertos por algún material grueso; todas aquellas veces en las que mi cuerpo se paralizaba, convirtiéndose en un espectador, víctima de una violencia a la cual se había habituado a mal, un “adiestramiento” para nada sano por parte de quien fue mi pareja y; sin embargo, ya envuelta por mucho tiempo en eso, no supe cómo cuestionarlo, no supe si debía de hacerlo (o si acaso era posible dicha opción), ¿abrir los ojos? No.

Cuando menos lo esperé esa libertad, esa sensación de poder elegir... se fue. Por montones, eso habla de cuán voluble es mi mente.

Aun así, me pregunto de dónde diantres adquirí el coraje y di pie a la mera idea de escaparme; no importa lo acelerado de mi corazón y cómo “amenazó” con salirse de mi pecho debido a la furia con la que latía esa noche; nada de eso puede tornarse en una respuesta, pues en el pasado tuve varias oportunidades donde pude haberme ido y no lo hice.

¿De dónde salió?

¿Cómo salió?

Esa vez, a partir del primer paso, pienso que he roto unas cadenas que me aprisionaban y ahora tengo la libertad entera de seguir adelante; he abierto mis posibilidades a lo que sea, siempre y cuando cumpla la misión principal: no volver allá.

Quiero decir, después de vivir encerrada por varios meses, te “acostumbras” a la superficialidad a la que forzaron tu vida y encima debes de adaptarla como una máscara para el público ajeno, porque al momento en que estos se den cuenta, como instinto temes por tu vida, temes por la reacción de aquel monstruo… y cuando ya sales de todo eso es complicado volver a la supuesta y enferma normalidad. No hay nada normal en tu cabeza, no hay nada normal en tus pensamientos o a las pesadas corrientes de sueños negros y aterradores.

Muchas veces se llega a un punto de quiebre en cosas tan simples como percibir el viento en la cara o el pasto en los talones y las cosquillas en los dedos. Ciertas cosas dejan de ser inciertas; pero las revives mientras tu cuerpo y alma agradecen el sentirse en paz por primera vez en horas, días, semanas, años. Percibes la paz, dolor ante los recuerdos y paz ante el presente arremolinándose en tu ser como dos opuestos guiados por cada segundo que avanza sin detenerse en lo más mínimo; tan distantes y, a su vez, relacionados entre sí.  

Sin embargo, la sensación de miedo fue el ganador, porque era más parte de mí en contraste a la paz; me abrazó cada día y noche en búsqueda de un consuelo, también supongo fue un sentimiento adecuado para protegerme. El miedo vino muchas veces, como una ráfaga helada rasguñándome espalda, me ha mirado a los ojos y yo he llorado, presa del pánico y el dolor.

«Duele mucho huir de donde se supone debe de ser y sentirse un hogar» fue mi constante pensamiento, «duele desear que tu vida no se extermine por culpa de otras manos encargadas de estrangular cada uno de tus sueños, como si algo le hubiese dado el indebido permiso de ello y duele mucho soñar con una perfecta calma. ¿Por qué soñar con eso? ¿Acaso darlo por sentado no es posible? ¿Es mucho pedir?»

No es tan difícil otorgar algo sano, ¿verdad?

«Por favor, no dejes que me encuentre. Que él no descubra al sitio donde voy, que…»

            De igual modo, me dije cada vez que avanzaba y acrecentaba la pesadez con cada paso; sentía los pies tan cansados como el dolor en mi espalda y talones; esa bella y única oportunidad de irme no debía de desaprovecharla por nada en el mundo. Y es que, ¡por todos los cielos! Desde nuestra mudanza fueron más de cinco años de mi vida perdidos en interminables abusos, gritos y gruñidos como si hubiese unido mi vida a una bestia sin corazón.

Y esa noche, memorable y aterradora, cuando las cosas salieron como quise, Darío no pudo levantarse ni vigilar mis espaldas como siempre hacía, supe que debía de irme, por el bien de mi futuro. Aferrarme con uñas y dientes ya había roto cada pedazo en mi alma, ¿qué más seguía?

¿Si me arrepiento de haber huido?

…difícil responderte eso.

Alejarme fue una ventana muy pequeña abierta por mi cerebro desesperado; de alguna forma se encendió la chispa, el miedo no me detuvo y logré irme. ¿Puedo considerarlo así? ¿«Valentía»? Quizás logré alejar los sentimientos negativos que por mucho tiempo significaron una barrera para mí; una pequeña parte todavía cuerda reflexionó por todo lo que había pasado hasta ese bellísimo entonces y yo, sin tomarlo en cuenta, presa de un miedo cotidiano, de ciertos pensamientos ya apagados, no lo vi tan fácil.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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