Paternidad no planeada

— Entonces, Ira, tengo un problema delicado.

—¡Ya lo sabía! —exclamo, sin poder contenerme. Seguro que está enfermo de algo raro. Tengo dos deseos: golpear a Oles con la escoba para que no venga con sus problemas a molestar a chicas decentes, o ponerme a llorar.

—¿Sabías lo de mi abuela? —sus ojos se agrandan—. Entonces, ¿me atrajiste intencionadamente?

—¿Qué abuela? — esta conversación se está convirtiendo en un malentendido.

—¡Vamos! No me confundas más. ¿Te envió mi abuela? ¿Sí o no? ¡Dímelo con sinceridad!

Yo, en silencio, le pongo la mano en la frente. No parece tener fiebre.

— Oles, ya no entiendo nada — le digo.

—¿Podrías hacerte pasar por mi novia esta noche?