Cariño con efectos secundarios

18.

Camila.

Me quedo paralizada un instante y clavo la mirada en el suelo. ¿Dean se lo dijo? No, él definitivamente no habría hecho eso. Supongo que mi "mejor" amigo no habría querido que Kir se enterara de nuestro pequeño secreto. Pero entonces, ¿cómo lo sabe?

—¿De dónde sacas eso? —pregunto con burla. El deseo de reírme histéricamente añade naturalidad a mi actuación y juega a mi favor—. Que me besé con Dean. Suena a locura.

—Es simple —Kir sonríe, y siento con cada célula de mi cuerpo cómo me quema con la mirada—. Tenía en los labios una marca de pintalabios del mismo color que el tuyo.

Por la sorpresa me muerdo la lengua e inmediatamente hago una mueca, apenas conteniéndome para no gritar. Por suerte, el sentido común vence rápidamente a las emociones. Giro la cabeza hacia mi interlocutor y lo miro como si acabara de expresar la suposición más extraña del día.

—La verdad es que uso brillo de "Mervey" —digo lo más tranquila posible—. Y además existen un millón de pintalabios y brillos de colores iguales o similares. Pero la idea es interesante.

Suelto una risa corta y levanto la barbilla con orgullo. Con el rabillo del ojo noto que Kir todavía me mira atentamente. En su rostro se dibuja lentamente una sonrisa.

—Solo que el tuyo está corrido —dice triunfante—. Y además te vi en el pasillo cerca de la habitación donde encontré a Dean.

—Es solo una coincidencia —declaro demasiado enfadada, la voz me tiembla traidoramente.

¡¿Así que eso era lo que quería decir Erika?! Y qué curioso, por qué no pudo decirme directamente que tenía el brillo corrido.

Espera, ¿y si está mintiendo ahora?

Recorro con una mirada rápida el interior del coche en busca de un espejo al que no tendría que acercarme abiertamente. Kir sonríe aún más ampliamente y me extiende su móvil con la cámara frontal activada. Echo una mirada cautelosa a la pantalla. Pues sí, no mintió.

—No fue Dean —sigo obstinadamente en mis trece.

—¿Y quién? —se ríe mi interlocutor.

—No es asunto tuyo —refunfuño y busco en mi bolso toallitas húmedas—. ¿Cómo te lo imaginas siquiera?

—Pues a mí también me gustaría saber cómo pudo pasar algo así —Kir se agarra el estómago con la mano—. Me has hecho reír.

—Y yo te digo que no fue Dean. Todo es una coincidencia —no sé por qué me justifico.

Ni yo misma puedo explicarme para qué lo besé. Ya sea porque las palabras del chico, dichas junto al columpio, me afectaron tanto... O por el deseo de enfadarlo aún más. En cualquier caso, salió efectista. Y conseguí el resultado.

—¿Tú también le contaste tus inventos? —pregunto, apretando nerviosamente la toallita en las manos—. Por eso no se fue contigo.

—¿Tienes miedo de que vuestras declaraciones no coincidan? —pregunta Kir con astucia—. ¿No os pusisteis de acuerdo en lo que ibais a decir?

—No hay nada de qué hablar —cruzo los brazos sobre el pecho sin soltar mi objeto salvador de las manos.

—Dame eso —el chico toca ligeramente la toallita con los dedos y la arranca, luego se gira y la deja en una cajita en el asiento trasero—. No hay nada de qué avergonzarse. Supongo que haríais una buena pareja.

—Puaj, ni siquiera me digas eso —resoplo y me giro hacia la ventana.

Por alguna razón, sus palabras hacen que mi corazón se agite. Y eso me asusta bastante. Solo fue un beso normal.

El resto del camino transcurre en silencio. Kir solo sonríe, pero no hace más preguntas incómodas.

—Gracias por traerme —digo cuando el coche se detiene frente a mi casa.

Salto a la oscuridad y me dirijo a paso rápido hacia la puerta. Espero que Dean no haya decidido llegar primero para darme una sorpresa.

¿En qué estaba pensando?



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 29.10.2025

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