Dean.
Camino parte del trayecto a pie hasta que un coche me recoge. Al entrar al patio, noto de inmediato que la casa está bastante oscura. Espero que Camila realmente haya vuelto y no se haya ido a otro sitio.
Me quito las zapatillas en la puerta y las cojo en las manos. Entro sin hacer ruido y coloco el calzado con cuidado junto al estante. Me deslizo sigilosamente hacia adelante, atento a cada sonido.
Desde el salón llega el sonido del televisor. La débil luz de la pantalla apenas alcanza el pasillo. Paso a la habitación y me quedo inmóvil. Camila está sentada en el sofá, mirando fijamente la pantalla. En ella, el protagonista le declara apasionadamente su amor a la heroína y la besa con ardor. Un ligero estremecimiento recorre todo mi cuerpo.
Está mirando esta escena tan embelesada...
Me humedezco los labios resecos y me acerco sin hacer ruido. Me inclino hasta su oído.
—Así que eres una romántica —constato.
Camila se sobresalta y trata de alejarse. La agarro suavemente por el hombro, sin dejarla escapar. Me pongo en cuclillas y apoyo la barbilla en el respaldo del sofá.
Un delicado aroma floral penetra bajo mi piel y agita mi sangre. La habitación está llena de una atmósfera ardiente. La tensión magnética entre nosotros es tan densa que parece que se puede cortar el aire con un cuchillo.
—¿Y a dónde ibas? —pregunto. Mi voz me traiciona con un tono ronco.
—¡Suéltame! —chilla Camila.
Aprieto los dientes e inhalo más profundamente su aroma único. Ya me marea un poco la cabeza, pero necesito más.
—Primero hablemos. ¿Qué fue eso?
Quiero saber la respuesta.
—¿Dónde? —pregunta Camila con fingida inocencia.
Así que quiere jugar...
—En la fiesta —le susurro al oído. Se estremece ligeramente y se muerde el labio.
—Sé más específico, por favor —titubea.
¡Vaya, está nerviosa!
—Puedo demostrártelo —toco con los dedos su barbilla y le miro a los ojos.
Me agarra la mano y la aparta, alejándose al mismo tiempo.
—No hace falta —declara con pánico.
¿Y dónde se fue toda esa valentía? Entiendo que debería parar, pero no puedo. Su cercanía me afecta como un imán. Y realmente no entiendo qué está pasando entre nosotros.
—Entonces te escucho —salto por encima del sofá y me siento a su lado.
Camila baja la mirada, huyendo de mis ojos.
—¿Qué quieres oír? —pregunta en voz baja.
Y en realidad, ¿qué quiero oír? ¿Una declaración de amor?
—No lo sé —digo y sonrío levemente—. Si esto fue algún plan astuto, estás acabada.
—Quería demostrarte a ti y a tu arrogancia que sé besar. Ya está —suelta de un tirón.
¿Así que de eso se trataba? La toqué en su punto débil. Hasta me da un poco de pena, porque mi cerebro hace rato que se fue corriendo quién sabe dónde.
—Pues yo no me di cuenta —sonrío con astucia—. Todavía te falta mucho por aprender.
En el rostro de Camila aparece durante una fracción de segundo una expresión de decepción.
—Lo importante es que no sea de ti —responde enfadada—. ¡Suéltame!
—Eee, no. Todavía tienes que pagar por mi camiseta. ¿Qué eliges? —me acerco más—. ¿Ducha fría o despertador insoportable?
—¡Elijo irme a dormir! —Camila se zafa bruscamente de mi agarre y se lanza hacia adelante.
Me levanto y al instante me encuentro tirado en el suelo. Esta pequeña catástrofe logró enredar mis piernas con la manta sin que me diera cuenta.
—Te aconsejo que pases estas dos semanas en tu habitación y no te me cruces en el camino —le grito mientras se va—. Estás acabada, pequeña.
Editado: 29.10.2025