Cariño con efectos secundarios

23.

Camila.

Entre nuestros rostros hay apenas unos centímetros. Miro fijamente los ojos azul oscuro de Dean. En ellos brilla un interés depredador y un abismo que me atrae como un imán. Me siento como un conejo ante una boa.

¿Ya había dicho que no me gusta cómo reacciono ante este chico?

En realidad, ¿por qué nuestra relación de repente dio un giro de noventa grados?

—¿Decidiste por fin mostrarme lo que sabes hacer? —las comisuras de los labios del chico se curvan en una sonrisa astuta. Trago saliva con dificultad, como si tuviera un nudo enorme en la garganta.

Pero luego desvío mi atención al llamativo maquillaje de Dean y poco a poco estallo en carcajadas. La situación es incómodamente extraña. El chico me mira sin comprender.

—¿Es risa nerviosa, o qué? —pregunta, frunciendo ligeramente el ceño.

Apoyo las palmas en el sofá y me incorporo sobre los codos. Al instante, unas manos masculinas se posan en mi cintura.

—Quita las manos —gruño, quemando a Dean con una mirada furiosa—. Te estás pasando de la raya.

—De lo contrario, parece que me has acorralado contra la pared —se ríe el chico—. Hasta me da vergüenza.

Doblo la rodilla y ya me dispongo a clavársela un poco más arriba, cuando el chico intercepta ágilmente mi pierna con las suyas. Me sacudo y me empujo del sofá con las manos. Caigo directamente al suelo, pero quedo suspendida a unos centímetros de la alfombra mullida: Dean me sostiene del brazo.

—¿Quieres llenarte de moretones y luego decirle a mamá que fui yo? —sonríe él.

—No soy tan rastrera —aprieto los labios indignada—. Aunque no te vendría mal una buena paliza de mis padres.

Suelto el brazo y me arrastro a una distancia segura. Dean se sienta ágilmente en el sofá. No espero a que intente agarrarme de nuevo: me pongo de pie y salgo corriendo.

Dean.

Ni siquiera noté cuando me quedé dormido en el sofá. Me desperté porque el aroma del perfume de Camila asaltaba mis fosas nasales de forma insistente.

Esta chica es algo especial. Me pregunto qué estaba haciendo a mi lado. Aunque supongo que nada bueno.

Entro al baño y me quedo paralizado al ver mi reflejo en el espejo. Exhalo ruidosamente y doy unos pasos hacia adelante para mirar más de cerca. ¿Cómo—y sobre todo, cuándo—se las arregló para maquillarme?

Me enjuago la cara con agua. Desde abajo llega el golpe de una puerta. ¿Adónde habrá ido? Ya tendré más oportunidades de atrapar a esta chica y vengarme bien.

Pido el desayuno y me acomodo en la cocina. Por experiencia sé que es mejor no tocar nada del refrigerador. Parece que Camila piensa lo mismo.

Debo idear un plan de venganza meticuloso, pero no quiero repetirme. ¿Qué podría hacerle?

Camila.

Miro sorprendida la pantalla del teléfono. ¿Verónica despierta tan temprano? ¡Guau! Contesto la llamada mientras miro alrededor para asegurarme de que Dean no esté cerca.

—¿Qué te hizo levantarte tan temprano? —pregunto alegremente. Cierro la puerta detrás de mí y salgo al patio.

—Es que no me acosté —responde mi amiga—. ¿Estás en casa?

¿Y por qué no me sorprende?

—Sí, en casa. ¿Por qué? —empiezo a sospechar algo. Su voz suena demasiado extraña.

—Ah, nada. Me invitaron a casa de tu chico favorito —aparecen notas astutas en la voz de Verónica.

—¿A casa de Allen? —aclaro—. Ya no es mi favorito. Todo quedó en el pasado.

—¿Pero vendrás? Será divertido, como en los viejos tiempos —me asegura.

—Bueno, será mejor que estar en la misma casa con Dean —digo—. Pero tengo un problemita. Estoy en ropa de casa y el paso a mi habitación está custodiado por un dragón.

—No hay problema —se ríe Vero—. Te prestaré algo mío. Nos vemos allá.

Cuelgo la llamada y reviso el horario de autobuses. Faltan diez minutos para el que necesito. Qué bien que la parada está cerca de mi casa.

Pronto llego al lugar. Ante mí hay una casa de campo de tamaño mediano, rodeada de una cerca bajita. Toco la puerta y en unos minutos aparece en el umbral nuestro viejo conocido.

—¿Ey, la profesional se une al juego? —Allen me mira con sorpresa y aplaude. Después se hace a un lado.

—No, ya no juego a eso —entro y me quito los zapatos deportivos—. Vine a mirar. ¿Dónde está Verónica?

Allen señala con la cabeza hacia la sala. Entro y de inmediato veo a mi amiga. Está sentada en el sofá junto con unos chicos que no conozco, jugando con la consola. Al verme, deja el control y se acerca.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto sorprendida.

—Bueno, ayer terminé con Skylar —parpadea inocentemente—. Así que busco nueva compañía. Vamos, te cambiaremos de ropa.

Asiento y vamos al baño. Verónica me da una bolsa. Miro adentro y me quedo en shock.

—¿¿¿En serio piensas que me voy a poner esto???



#652 en Novela romántica
#163 en Otros
#87 en Humor

En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 29.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.