Nuevos Horizontes

Capítulo 7

Nuevos Horizontes

—Hora de irnos. Hay que aprovechar la luz del día para viajar…

Fueron las palabras de mi hermano con las que todos despertamos. El sol apenas asomaba por el horizonte, pero tenía razón. Karin sacó unas galletas de su mochila y nos las repartió. Eso, junto con un vaso de agua, sería nuestro desayuno ese día.

Antes de salir del pueblo, buscamos entre los escombros cosas útiles: ropa, zapatos, alimentos. Cada uno hizo lo suyo, y conseguimos bastantes cosas. Ahora estábamos mejor equipados. Después de todo, el viaje sería largo.

Nuestro pueblo estaba ubicado al norte de la ciudad, por lo que no tendríamos que rodearla. Bastaba con dirigirnos al occidente para llegar al mar. La idea de pasar por el centro ni siquiera se consideraba. Karin decía que sería demasiado peligroso.

En auto el viaje tomaría un día, pero ninguno sabía conducir. Además, la mayoría de los vehículos estaban muy dañados. Calculamos que tardaríamos entre dos y tres días caminando, así que debíamos cumplir con ese tiempo. Las raciones no durarían más. Cada uno llevaba, además de un palo, una pequeña navaja por seguridad.

Pronto comenzamos a caminar. Tiempo después, todos nos detuvimos y miramos hacia atrás. Nuestros ojos brillaban con lágrimas contenidas. Pero ya habíamos llorado suficiente… Era hora de continuar. Una despedida rápida, silenciosa, a todo lo que dejábamos atrás: familia, amigos, recuerdos… Todo se resumió a un sencillo “adiós”.

Por varios minutos, el silencio se adueñó del grupo. Hasta que Karin comentó algo que hizo sonrojar a mi hermano y a Samanta:

—Qué linda pareja hacen ustedes dos.

Su reacción fue tan graciosa como reveladora. Iban de la mano, pero al escucharla, se soltaron de inmediato, lo que provocó una carcajada general. Parecían muy unidos. Aunque no lo admitieran, para todos era evidente que eran novios desde la escuela. Karin, por ser la mayor, lo había notado desde el principio. Aquel pequeño momento nos permitió, al menos por unos minutos, olvidar todo lo que habíamos vivido.

(Ese fue un instante de felicidad y distracción en el viaje.)

El camino tenía muchas curvas, así que decidimos atajar por donde podíamos. Íbamos y veníamos entre la carretera y la vía paralela. Era la única ruta que conocíamos, y solo la habíamos recorrido en auto.

A pesar del paisaje desolador, intentamos disfrutar la caminata. Karin era divertida y nos hacía sentir seguros, conocía muy bien el camino. Zahorí y yo nos hicimos muy buenos amigos. Todo parecía mejorar cuando, de pronto, encontramos un camión volcado en medio de la carretera. Llevaba muchos alimentos.

No podíamos cargar demasiado, pero llevamos lo que pudimos. El sol ya estaba alto, el calor era intenso. Supuse que era mediodía. Más adelante, llegamos a una estación de gasolina en llamas. Sin embargo, su estacionamiento tenía un espacio abierto, y allí decidimos descansar. Aún estábamos lejos del mar, así que tan pronto como comimos y recuperamos fuerzas, continuamos.

Fue entonces cuando nos enfrentamos a nuestro primer gran obstáculo. No era difícil, pero sí peligroso: una gran cantidad de vehículos destruidos bloqueaba el paso. Parecía un accidente masivo, provocado por una explosión. Todos estaban amontonados. Estábamos cerca de un peaje.

Decidimos cruzar por el centro. En algunos casos, trepamos por encima de metales retorcidos. Evitábamos mirar dentro de los autos: era evidente la presencia de cuerpos calcinados. Era una imagen fuerte, desgarradora. Caminábamos más rápido sin decir palabra.

Tan absortos estábamos que no noté que Zahorí se había cansado demasiado. Decía que le dolían los pies, así que mi hermano la cargó un tiempo, luego se turnó con Karin. Cuando finalmente llegamos a lo que parecía una casa abandonada, ya era tarde. Habíamos recorrido una gran distancia ese día. Mis piernas y pies dolían, así que ese sería el lugar donde pasaríamos la noche.