Desvié la mirada en el segundo en el que mis ojos encontraron los de Jon Schubert al otro lado de la pista de baile, sabía que pretendía invitarme a bailar y prefería no hacer alguna cosa que lo incentivara. Por desgracia, no fui lo suficientemente rápida, Jon ya se había puesto en marcha para llegar a mí, se abría paso entre las parejas que bailaban y reían en el salón con la intención de abordarme. Debía encontrar una forma de evadirlo que no fuera demasiado obvia. Me estiré para pescar el brazo de Melina, quien se encontraba a pocos pasos de mí, acechando a Liam Leroy.
—Acompáñame al bufete, muero de hambre —le pedí con urgencia.
Melina hizo un puchero que suprimió al instante, quería quedarse en su lugar a esperar la oportunidad de acercarse a coquetear con Liam, pero no podía rehusarse a una petición de la princesa, así que me acompañó muy a su pesar.
Esquivé a los presentes con la agilidad de un felino y llegué a la generosa mesa de banquete que se encontraba a un costado del amplio salón de bailes. Discretamente, miré sobre mi hombro, el plan funcionó, Jon ya no sabía dónde me encontraba pues estaba con el cuello estirado mirando de un lado al otro sobre el mar de gente buscándome. Suspiré con alivio, al menos esto me acababa de comprar unos minutos de paz.
Me giré hacia la mesa y contemplé la variedad de pastelillos frente a nosotras. Mis padres, los reyes de Encenard, ponían mucho empeño para que en nuestros eventos la comida y la bebida fueran de la mejor calidad, les encantaba agasajar a sus invitados. Melina tomó una tarta de fresa y se la llevó directo a la boca. Yo hice lo mismo con un merengue.
—Este es el último o mi vestido dejará de cerrarme antes de que acabe la velada —bromeó mi amiga con la boca llena.
Jon logró dar conmigo, de reojo lo observé emprender la marcha entre la gente hacia donde me encontraba.
—En ese caso, hay que mantenernos en movimiento —le sugerí a Melina haciéndole una seña para que nos desplazáramos.
Mi amiga y yo comenzamos a caminar mientras contemplábamos el esplendor de la velada.
—Vaya que sabe llamar la atención, ¿eh? —comentó Melina dándome un codazo.
Seguí la dirección de su mirada hacia el círculo de chicos embelesados que rodeaba a mi prima Irina.
—Supongo que ayuda tener un trono esperándote —dije con un dejo de envidia en la voz.
Irina era la primera en la línea de sucesión para el reino de Poria, algún día sería reina, algo que yo nunca llegaría a ser pues era la cuarta hija de mis padres. Al instante me di cuenta de lo injusto de mi comentario, Irina no llamaba la atención por ser una rica heredera a la corona de su reino, mi prima brillaba con luz propia, era una chica guapa con una gran personalidad, no necesitaba de ningún trono para llamar la atención.
—No lo sé, Odette, tu prima acaba de llegar hoy en la mañana y ya tiene al reino entero comiendo de la palma de su mano —respondió Melina sin dejar de observarla—. Tal vez deberíamos pedirle unas cuantas clases de cómo atraer hombres mientras dura su visita.
—¿Y yo para qué querría aprender eso? —protesté cruzándome de brazos.
—Ay, lo siento, es que no todas odiamos a los hombres —respondió ella poniendo los ojos en blanco—. Algunas sí queremos casarnos.
—¡Yo no odio a los hombres! —me defendí con expresión indignada.
—Ah, ¿no? Entonces, ¿por qué estamos huyendo de Jon? —me cuestionó con una mueca que ponía de manifiesto que se creía muy astuta—. ¡Aja! ¿Creíste que no me había dado cuenta de lo que estabas haciendo? Si en verdad no odias a los hombres, ¿por qué no bailas con el pobre chico? Es bastante guapo... y rico... además, pertenece a una de las mejores familias del reino. Es la pareja perfecta para ti, tú eres la única que parece no darse cuenta.
Resoplé, incómoda por el rumbo de la conversación. Claro que sabía que Jon Schubert era la pareja perfecta para mí. Su abuelo era el asesor de más confianza de mi padre, era un chico culto, bien parecido y de modales impecables; Jon lo tenía todo para ser mi esposo y sabía que mis padres pensaban exactamente lo mismo. Era consciente de que tanto mi familia como la de Jon esperaban con ansias el día en que él y yo nos comprometiéramos en matrimonio, pero eso era porque ninguno de ellos sabía mi secreto.
—Solo porque no quiera bailar con Jon en este momento, no significa que odie a los hombres —protesté.
—¡Entonces baila con cualquier otro, amiga! —exclamó Melina y señaló hacia Irina con el dedo índice— ¡Esa deberías ser tú! Rodeada de hombres babeando por ti, ¡eres la princesa de Encenard! Es tu derecho de nacimiento traer locos a todos. ¿Y sabes por qué no es así? Porque los chicos ya están cansados de ponerse de cabeza para llamar tu atención sin que tú muestres el menor interés en ninguno de ellos. Ya nadie sabe qué hacer para ganarse tu corazón. El único que lo sigue intentando es el pobre de Jon y eso ha de ser porque su abuelo se lo ordena.
No me dio tiempo de refutar lo que Melina dijo pues noté que Jon ya se encontraba a pocos pasos de nosotras. Ya no tenía oportunidad de huir, si me movía sería demasiado obvio que lo estaba evitando y no quería ser grosera. Dejé caer mis hombros, ya sabía que iba a ser imposible no compartir al menos una pieza de baile con él, era lo mismo en todos los eventos reales.
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Editado: 27.10.2022