Mi novio de alquiler

Capítulo 1: Propósitos antes de los 30

Capítulo 1: Propósitos antes de los 30

Son las seis y media de la tarde y llego a mi apartamento de soltera agotada. Dejo las llaves en el mesón del comedor y me tumbo en el sofá-cama de la sala que si al caso vamos, no resulta cómodo para nada y resuena con el impacto de mi cuerpo. Suelto un suspiro que más bien parece mi último aliento y reflexiono sobre los últimos acontecimientos.

Mañana sábado, cumpliré 30 años. Dirijo una empresa, tengo un apartamento propio, un buen auto,  y un par de amigas. No me quejo de mi apariencia, las personas suelen decirme que soy bonita y tienden a pensar que tengo 25 o un poco menos. Salgo a trotar a las seis de la madrugada, así que mantengo un cuerpo firme a pesar de todo y mi cabello es sumamente liso por lo cual no tengo que esforzarme en peinarlo.

Cuando estaba en mis 25, pensaba que lo tenía todo. Tenía un esposo cariñoso y atento, iniciamos una empresa juntos, nos iba bien, teníamos sueños, metas, planes… Toda mi vida estaba perfectamente estructurada. Incluso, habíamos decidido que cuando tuviese 28 tendríamos nuestro primer hijo, todo estaba escrito. Pero nada resultó de acuerdo al plan.

Mientras pienso en eso, una lágrima caliente se desliza por mi mejilla. Me prometí que no lloraría más al echar la vista atrás, pero es imposible contener la pena cuando recuerdo lo estúpida que fui, lo humillada que me sentí, lo destruida que terminé. Se supone que ya no hay rencor en mi corazón, que todo está bien, que he sanado; pero justo hoy, mi exesposo me ha avisado por un miserable mensaje que va a casarse y eso no es todo, quiere vender su parte de la empresa.

¿Quieren un consejo no solicitado? No mezclen el amor con los negocios. Cuando Diego y yo decidimos crear una PyME juntos, estábamos entusiasmados. Yo estaba dichosa de compartir mi visión de negocio con él, pero si al caso vamos, yo hacía la mayor parte del esfuerzo. Mi ex, solo se limitaba a dedicarse al marketing y a ser la voz de la compañía.

No es que yo fuese tímida, pero por lo general me daba pereza tener que relacionarme con las personas. Prefería encargarme de la redacción, la corrección de textos y en caso de tener que manifestar alguna queja, lo hacía todo mediante el correo. Sentía que tener que establecer lazos con los trabajadores me hacía débil ante ellos.

¿En qué estaba? ¡Ah claro! No mezclar negocios con el amor… Cuando Diego y yo nos divorciamos, sentí alivio. En mi cabeza, quería pretender que nada había pasado, pretender que él no existió. Pero, por motivos laborales, a pesar de haber terminado, tenía que mantener trato con él casi todos los días, todo por el maldito trabajo.

Tras pasar un año, como la empresa creció y nuestra relación era insostenible, decidimos que su presencia no era necesaria y que él podía continuar con sus labores desde cualquier otro lugar. De pronto mi ex decidió que necesitaba viajar y que quería conocer el mundo. A pesar de que sabía que de aquel modo él iba a tener menos trabajo, accedí por mi paz mental.

Para mi sorpresa, todo fluyó bastante bien. Aquello me obligó a concentrarme en el trabajo, a encargarme de todo y a relacionarme con mis empleados. Iba todos los días a la compañía, trabajaba a sol y a sombra y hasta la relación con mi ex mejoró. Al menos podíamos mantener una plática normal tomando en cuenta lo mucho que él me conocía en el pasado. A pesar de lo malo, Diego podía terminar una frase por mí sin necesidad de que yo hablara, a veces parecía leerme la mente.

El tercer año de soltería —por llamarlo de algún modo — sentía que había recuperado mi dignidad. Ya nadie recordaba lo sucedido, ni escuchaba susurros en la distancia. Mi familia también se había calmado. Mis padres evitaban el tema de matrimonio, hijos y demás y a la hora de conversar solo preguntaban: «¿Qué tal el trabajo?»

Aunque no se los dijera, yo les agradecía enormemente aquello. Quizá no estaba en mi mejor momento, pero no me quejaba. Había intentado tener un par de citas sin éxito, incluso llegué a usar Tinder y aquello me hizo caer en cuenta de que le parecía atractiva a muchos hombres, pero más allá de eso, no había pasado nada.

Y sí, María Paula Jiménez Abal no había tenido sexo en más de tres años. En mi defensa, lo intenté. Pero los hombres, todos los que conocía, me parecían poco interesantes y cuando alguno medianamente me interesaba, notaba que tenía cualidades bastante similares a Diego. Y no, no quería a nadie como Diego, nunca.

Que hubiese pasado tanto tiempo sin hacerlo, no significaba que no tuviese ganas. De hecho, pensar en eso, me lleva a levantarme y a caminar hasta mi habitación. Busco en mi armario, en la segunda gaveta —donde guardo mi ropa interior — y saco mi consolador. Una belleza de silicón de 21 centímetros. ¿Para qué un hombre si tengo esto?

Enciendo el televisor que está en la pared y busco el canal porno al que estoy suscrita. Están emitiendo algo de sadomasoquismo, así que parece que di en el clavo. Me descalzo, luego me desnudo por completo y comienzo a tocar mis senos. Esa acción hace que mis pezones se endurezcan, tras mojarme los dedos con saliva comienzo a apretarlos.

«Tu ex se va a casar y tú sigues solterona», susurra con malicia una voz en mi cabeza.

—Cállate, no me importa.

«¿Qué pensará de ti cuando regrese y vea que estás tan sola como cuando te dejo? Seguro dirá que nadie te quiere… Nadie te soporta María Paula».



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En el texto hay: superacion, jefa, alquiler

Editado: 30.07.2021

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