Señor Playboy [serie Las Marías #6]

Capítulo 7

Ismael

¿Cómo debería describirme? Es la primera vez que me dejo dominar tanto por la provocación de una mujer. Aunque sé que está mal, no puedo detenerme.

—Si quieres hacerme el amor aquí, hazlo.

Sus ojos me gritan que desea más; me es imposible ignorar su deseo y mi deseo. Puede que después me arrepienta, pero ahora solo quiero dejarme llevar por nuestro momento…

Cierro mis ojos, escuchando su gruñido de molestia. ¿Debería tomar esa llamada como una señal?

—Contesta.

—Pero…

—Hazlo, María José —digo con autoridad.

Resoplando, saca el celular del bolsillo de su falda y noto cómo sus gestos cambian. Ella aclara su garganta y procede a contestar la llamada.

—Dime… Estoy en el baño… ¡No! No vengas… Porque conozco bien el camino, no me voy a perder… Ya voy… Sí, sí —cuelga la llamada, soltando un suspiro de alivio.

—¿Quién era?

—Mi hermana —suelta una sonrisa nerviosa, la cual desaparece por completo al conectar nuestras miradas. Nuevamente, veo esa mirada traviesa y coqueta—. He querido decirte algo desde aquella noche en el bar...

Acorta peligrosamente la distancia entre los dos. Alza su mano y la acerca a mi rostro, deslizando sus dedos por mis labios: — Besas mejor de lo que imaginé. Besas increíble, Ismael.

Con una sonrisa coqueta y mirada deseosa, desliza su mano por mi barba y cuello hasta llegar a mi pectoral derecho, acariciando mi tatuaje. Sensualmente, muerde su labio inferior, obligándome a tragar grueso.

—Me gustas —acerca su nariz a mi piel, sintiendo su cálida respiración—. Me gusta tu voz, tu rostro, tu cuerpo, tu sonrisa, tu forma de ser, hasta tu aroma —sus suaves labios besan mi tatuaje—. Me fascina todo de ti, Ismael.

—María José…

Si no se va rápido, ella no saldrá de este baño.

—Solo dame unos segundos más.

Hace un camino de besos y cierro mis ojos al sentir cómo muerde la piel de mi cuello y comienza a besar, succionando mi piel. No sabía que una inocente oveja podría ser tan buena cazando.

Sutilmente, sus labios se alejan de mi piel, aun así, no abro mis ojos. De inmediato escucho su respiración en mi oído y susurra: —Sueña conmigo y mañana me cuentas todo lo que hicimos.

Dejando un beso en el lóbulo de mi oreja, escucho cómo se va. Abro mis ojos, soltando todo el aire comprimido. Parece que por mis venas no corre sangre, sino lava; esa chiquilla me dejó como un volcán.

Al día siguiente…

Conciliar el sueño fue algo difícil. Apenas cerraba los ojos, pensaba en ella y en cómo le hacía el amor en el baño del hospital. ¿Cómo puede una mujer desestabilizar tanto a un hombre? Es la primera vez que experimento algo tan fuerte que me es casi imposible controlar. Si María José sigue provocándome, voy a terminar adueñándome de su cuerpo.

—Buenas tardes, Ismael… —alzo mi mirada, viendo cómo esos dos ojos cafés se iluminan.

—Buenas tardes, María José.

—Por tu cara me imagino que hicimos muchas cosas ricas en tu sueño. ¿En qué posición me pusiste?

Desvío mi mirada, ella no tiene ni una pizca de vergüenza. Por lo general, las chicas de su edad suelen ser un poco recatadas.

—Estamos en el trabajo, María José.

—Mmm… Una de mis fantasías sexuales se da en el trabajo. Espero que algún día mi jefe me ayude a hacerla realidad…

Siento que el corazón se me detiene al tenerla frente a mí —¿Te imaginas a tu linda secretaria desnuda en este escritorio?

—No sigas —digo sin poder modular mi voz, esta ha salido ronca.

Ella suelta una risita.

—Te ves tan lindo —la miro—. No vine solo a conquistarte, Ismael, también vine a aprender sobre los videojuegos y sobre todo el sexo —saborea sus labios—. Iré a cumplir mis responsabilidades. Piense en mí toda la tarde, exquisito jefe.

Con una inmensa sonrisa sale de la oficina, dejándome sin palabras. Si tan solo hubiera sospechado de sus verdaderas intenciones, en este momento no estaría en esta difícil situación.

Ha sido una tarde muy pesada, no solo por el trabajo sino por la constante desconcentración que tengo a causa de mi secretaria. Pensar tanto en los prejuicios me ha cansado abruptamente.

El suave golpe me obliga a mirar hacia la puerta. María José tiene en una de sus manos un vaso que imagino debe ser café y en la otra mano una pequeña caja blanca. Ella mueve sus labios preguntando: ¿Puedo pasar? Como respuesta asiento levemente mi cabeza.

—Pensé que no me entenderías.

—Sé leer los labios.

—Vaya dato increíble —pone el vaso y la caja en el escritorio—. Debí suponerlo de ti, eres un hombre inteligente.

Sonrío momentáneamente.

—¿Ha ocurrido algo?

—¿Tan intranquilo te pone mi presencia, jefe?

Toso.




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