¡La patrona del rancho se enamora del capataz!
Con gusto, mi patrona—susurró mirándola con intensidad.
El fuego que se despertaba esa mañana ardía más fuerte que antes. Deseaba besarla como nunca lo deseó con ninguna mujer. Besar esa boca perfecta en esa cara perfecta en ese cuerpo que lo hacía delirar de desea cada mañana y correr a echarse un baño de agua fría. Porque santo Dios, no era posible que él se atreviera a seduc*r a la hija menor del patrón.
Echando mano del autocontrol, Scoth dio un paso atrás.
—Mañana empezará a cabalgar en su propio caballo—dijo con seriedad mientras seguía luchando por no delatar su desea y avergonzar a la muchacha—. Creo que podrá manejar un trote suave.
—Oh Williamson, me excita imaginarme cabalgando a campo traviesa… ¿a ti no?
Williamson vio la mano de la joven que se posó en su antebrazo. Sus delicados dedos jugueteaban con el vello enroscándose en él. Narel tenía una forma de ser tan sensu@l que le ponía nervioso.
—Disculpe… ¿qué?
—¿Si no te excita imaginarme… cabalgando?
Williamson se mantuvo en silencio, indeciso de qué contestar a la frase que lo había descolocado por su evidente doble sentido.
—Estoy tan agradecida, mi querido capataz, que si no tuvieras esa horrenda barba… te daría un beso de agradecimiento.
Williamson tragó saliva porque le estaba ofreciendo abiertamente lo que él tanto deseab@ pero no se atrevía pedir. Entonces Narel, feliz de haber dejado al digno capataz sin palabras, remató en tono caprichoso:
—Pero Tony me ha dicho que nunca renunciarías a tu barba, mi capataz…—entonces hizo un mohín y continuó traviesa, alejándose de él— y es una verdadera lástima porque no me gustan los hombres barbudos.
Williamson soltó la respiración que había retenido por el esfuerzo de controlar la marejada de desea que amenazaba con desbordarse. Santo Dios, Narel parecía decidida a volverlo loco con sus jueguitos de seducción. A pesar de ser la sensatez personificada debía admitir que era un hombre y le gustaba Narel. Incluso sus tontos caprichos le parecían encantadores.
Suspiró.
Estaba mal desear a la hija del patrón… pero no podía evitarlo.
Se tocó la barba preguntándose si le concedería el capricho a la joven y, si tal vez, conseguiría el beso de agradecimiento.
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