17.

Camila.

—¿Puedes sacarme de aquí, por favor? —miro a Erika con esperanza.

No me va a dejar aquí, ¿verdad? Ella no es Dean.

—Emm, ¿y cómo llegaste aquí? —las cejas de la chica se alzan—. Pensé que alguien te había dado una tarjeta de acceso.

—No —respondo un poco desorientada—. La puerta estaba abierta, así que pasé.

—Ah, el año pasado tampoco estuviste aquí mucho tiempo —dice Erika con comprensión, y no sé si me está pinchando o compadeciendo.

—Ajá —asiento, decidiendo no entrar en confrontación.

Necesito a esta chica por ahora, al menos hasta alejarme a una distancia segura de Dean. Aunque, considerando que vivimos juntos, es casi imposible.

—Vamos entonces —invita Erika—. Mientras todavía tenga unos minutos libres.

Se da la vuelta y camina hacia el otro extremo del pasillo. Me levanto de un salto y avanzo a su lado, girándome de vez en cuando para asegurarme de que Dean no esté cerca.

—¿Alguien te ofendió? —pregunta de repente la cumpleañera—. ¿Qué te pasó aquí?

—Nada —digo con voz insegura—. ¿Por qué lo dices?

No quiero que nadie sepa lo que pasó entre Dean y yo hace apenas unos minutos.

—Bueno, tienes la pinta —Erika se encoge de hombros—. Te aconsejo que vayas al baño de señoras.

—Gracias —apenas me contengo de hacer algún comentario mordaz.

Olvidé por completo que ella es nuestra Miss Perfecta. Siempre luce como si hubiera salido de la portada de una revista de moda. Y yo solo soy una chica simple sin un peinado carísimo con ultrafijación ni una manicura perfecta.

Erika se acerca a la puerta y pasa la tarjeta por el lector. Se oye un pitido corto y la cerradura se desbloquea.

—Gracias —digo, como un loro.

En mi cabeza solo da vueltas un pensamiento: largarme de aquí lo antes posible.

—Toma, para la próxima —Erika de repente me extiende la tarjeta.

—Eee, gracias —toco el plástico negro con los dedos, insegura.

—Tiene vigencia ilimitada, pero el lector solo se activa durante mis fiestas. Así que si de repente decides robarme, no funcionará —añade la chica alegremente.

—Ni se me había ocurrido —le aseguro antes de salir al pasillo—. Adiós, Erika.

Bajo corriendo las escaleras mientras desbloqueo el teléfono. Verónica no está en línea. Todavía no estoy segura de si puedo irme sin ella. En este tiempo perfectamente pudieron pelearse y reconciliarse con Skylar unas cuantas veces más.

¿Y por qué acepté esto otra vez? Sabía que sería así...

Me abro paso entre la densa multitud de bailarines, me pongo de puntillas y estiro el cuello. Finalmente logro encontrar a mi amiga. Está sentada en el regazo de Skylar junto a las mesas del otro lado del salón. Él le acaricia el cabello con ternura, y Verónica le susurra algo al oído.

Bien, no les voy a molestar.

Le escribo un breve mensaje sobre mis intenciones y me dirijo decididamente a la salida. Dos guardias de seguridad con trajes negros idénticos me abren las puertas galantemente. ¡Guau!

El aire frío de la noche me atraviesa al instante y me hace encogerme. Abro la aplicación de taxi e ingreso la ruta mientras camino hacia el estacionamiento.

El mapa muestra que no hay ningún auto cerca. Genial, a esperar.

—¿Decidiste congelarte aquí? —suena detrás de mí la voz de Kir.

Giro la cabeza y veo al chico dirigirse directamente hacia mí. Espero que no vaya a ayudar a Dean.

—Decidí buscar cómo llegar a casa —respondo mientras mis dientes castañean de frío.

—Deja que te lleve. Voy para el mismo lado. Los chicos me pidieron que trajera bebidas —asiente hacia su auto.

—¿Y tú no bebiste? —pregunto observando atentamente su rostro.

—No. Estoy conduciendo —me mira como si hubiera dicho algo extraño.

—Bueno, está bien —mi voz suena un poco recelosa—. Vamos.

Subimos al auto y Kir arranca suavemente. Me abrazo los hombros tratando de entrar en calor. El chico enciende la calefacción.

—¿Qué, te besaste con Dean? —pregunta de repente con una leve sonrisa.