Camila.
Dean levanta lentamente sus ojos azul oscuro hacia mí. Me quedo paralizada al notar en ellos un leve destello depredador.
—No provoques —advierte solo con los labios.
Inconscientemente me muerdo los míos, provocando en él una sonrisa satisfecha. Mis dedos se aferran por sí solos a la tela de los pantalones cortos. ¡Es verdad, también me olvidé de cambiarme de ropa!
En silencio me giro hacia la ventana, intentando ignorarlo. Pero literalmente siento cómo me quema la espalda con la mirada. ¿Acaso estoy cubierta de miel para que hoy los chicos se me peguen así?
—¿Camila? —me llama de repente.
—¿Qué? —me doy la vuelta y al instante me encuentro en su agarre férreo.
Mi vecino me abraza por el cuello y rápidamente se toma una selfie.
—Di "whisky" —muestra los dientes—. Reporte fotográfico para nuestras mamás de que todo está de maravilla.
No me contengo y le muerdo suavemente el antebrazo. Dean grita, pero, para mi gran sorpresa, me aparta con cuidado. El conductor se ríe.
—Ah, el amor y la juventud —dice con humor.
—¡Lo odio! —grito sin pensar, olvidándome de dónde estoy.
—Del odio al amor hay un solo paso —responde el hombre en tono didáctico.
¿De dónde salió este en mi vida? ¿Por qué los padres de Dean no pudieron venir sin él? Todos estaríamos mejor.
Miro de reojo al chico. Está callado, ni una palabra. Mira pensativo al frente. ¡Que no me digan que le afectaron las palabras del conductor!
El resto del camino lo pasamos en silencio. Hasta es raro. El automóvil se detiene frente a nuestra casa. Salto del auto y salgo corriendo hacia la casa mientras Dean paga al conductor. Quizás todavía alcance a agarrar de la cocina algo comestible en un empaque lo suficientemente resistente.
Vuelo a la cocina y abro cada armario uno tras otro. ¿Galletas en un contenedor de metal bien cerrado? ¡Justo lo que necesito! Agarro el recipiente y corro a saltos hacia mi habitación. En algún lugar abajo se escucha el portazo. Por fin estoy a salvo.
Giro la llave en la cerradura varias veces y pongo mi botín sobre la mesa. Es poco, considerando que hoy casi no comí… Mañana tendré que pensar en algo mejor.
Me quito esta ropa horrible y la guardo en una bolsa. La lavaré después. En el armario me espera mi pijama favorita. Me pongo los pantalones rosas esponjosos y la sudadera con orejas de conejo en la capucha. El cuerpo al instante se envuelve en una sensación de calma. Este es mi oasis portátil de seguridad. Adoro este conjunto.
Me tiro en la cama con las galletas. Abro el recipiente y tomo varias, las meto en la boca. El estómago gruñe insatisfecho, exigiendo algo más sustancial.
—¿Qué, quieres encontrarte con Dean? —le pregunto, pero el argumento no funciona. En respuesta solo obtengo otro gruñido.
¿Quizás ir a la tienda de 24 horas?
Para distraerme del hambre, tomo el teléfono y comienzo a navegar por las redes sociales. Ohh, ¿un nuevo mensaje? Interesante… Abro la conversación y casi dejo caer el dispositivo. ¿Quién. Se. Las. Ingenió. Para. Fotografiarme. Con. Dean???
¡Justo durante nuestro beso! Verónica me va a comer viva por ocultar este hecho.
Guardo la foto, yo misma no sé para qué. Pero que se quede. Después chantajearé a Dean con mostrarle esto a su mamá. La remitente es una tal Margo. Le escribo un breve "Bórrala" y dejo caer el teléfono exhaustamente sobre mi estómago.
A los pocos minutos alguien toca suavemente la puerta. Interesante.
Me levanto de la cama y me acerco con cuidado.
—¿Qué quieres? —pregunto con rudeza.
—Sal, por hoy declaro una tregua. No te voy a molestar —escucho la voz de Dean.
—¿En serio?
No sé cómo reaccionar. Antes también teníamos treguas, pero principalmente por nuestros padres.
—En serio —responde—. Vamos, veamos una película.
¿Qué? ¿Una película? ¿Con Dean?
— ¿Te dio fiebre o qué? —pregunto con una sonrisa burlona.
—Voy a cambiar de opinión ahora mismo —dice brevemente—. Te doy tres segundos. Tres... Dos...
Giro rápidamente la llave, abro la puerta y salto hacia un lado por si acaso. Está parado cerca, con los brazos cruzados sobre el pecho. Me quema con su mirada escéptica.
—Eso no te habría ayudado si tuviera otras intenciones —resopla.
—Vamos.
Con estas palabras se da la vuelta y se dirige a la sala. Voy detrás, manteniéndome a una distancia prudente.
Se deja caer en el sofá y estira la mano para alcanzar el control remoto. Me siento a su lado y abrazo un cojín grande sobre mis rodillas. En su rostro se dibuja una sonrisa astuta.
—Solo di algo ahora y cambiaré de opinión —amenazo, apretando con más fuerza el cojín.
Mi vecino se contiene de hacer un comentario y continúa haciendo clic. Mi estómago vuelve a recordarme ruidosamente su presencia.
—¿Y encima tienes hambre? —pregunta Dean.
Editado: 29.10.2025