Capitulo 2: “La carretera sin final”

Madrid amanecía tibia y sucia aquel viernes cuando los Insanos Asaltabancos abordaron la vieja van prestada por el tío de Angelina. Ocho adolescentes llenos de historias, bromas internas, miradas cómplices y mochilas pesadas. Zoe, la líder, sostenía un mapa arrugado y manchado con una ruta que no existía en Google Maps.

—¿Segura que esto es legal? —preguntó Hana, cruzando los brazos.
—No —respondió Zoe—. Por eso es perfecto.

Cinco semanas. Sin tecnología, sin adultos, sin reglas. Solo ellos y el bosque. Un pacto.

El camino fue largo. Pasaron pueblos donde nadie hablaba. Pinos cerraban el cielo. Luego, la señal del celular murió. La carretera se convirtió en tierra, luego en barro. Luego ya no había carretera.

El bosque se los tragó.

Cuando se bajaron del carro, todo estaba demasiado silencioso.
No como cuando apagas la música.
Silencio real. Silencio de cementerio.

—¿Dónde estamos? —murmuró Diego.
—Donde no existe el ruido —respondió Aiden, como si ya hubiera estado allí antes.

Instalaron el campamento al borde de un lago negro como aceite, sin nombre. Las carpas eran simples, el frío intenso. Cada noche se sentaban alrededor de la fogata, hablando bajito, riendo de nada, lanzando teorías locas sobre lo que escondía el bosque.

Una noche, Irek y Diego se alejaron solos. Zoe y Angelina se dieron cuenta, pero no dijeron nada. Nora los observaba sin hablar. Cada vez más pálida.

Una semana después, ocurrió el error.

Una broma. Un juego ritual leído de un viejo libro que encontraron bajo tierra, sellado con hilos de cobre. Zoe había dicho que no lo tocaran, pero era demasiado tarde. Lo hicieron por "diversión".

Y algo despertó.
No esa noche.
No a la mañana siguiente.
Sino tres días después.

El bosque cambió.

Los caminos desaparecieron. El lago olía a carne podrida. La comida sabía a metal. A veces veían formas moverse entre los árboles. Un sonido, leve, lejano, como si alguien respirara muy, muy cerca.

Y luego comenzaron los sueños.