EL COMIENZO

El cabello de Saira Grineer era una antorcha insolente en la oscuridad de Río Místico. Ella era un error de la genética, una burla al sol austero de su tierra, y la única que aún se atrevía a estar tan cerca del lago a la hora bruja 3:00 am.

Todos en el pueblo la conocían. Saira, la pelirroja simpática que siempre tenía una respuesta trivial y una sonrisa perfectamente ensayada. La llamaban "La Musa de Hielo," a sus espaldas, claro. Por delante, eran todo cortesía y admiración superficial. Nadie se atrevía a cruzar el muro que ella construía con cada frase, ni a mirar demasiado sus manos, donde a veces, una tenue luz azul parecía pulsar bajo la piel.

Esa noche no era diferente. La neblina olía a barro frío y azufre, y Saira estaba sola. No buscaba soledad; buscaba la criatura que había estado drenando la vida emocional del pueblo. No eran almas, no eran cuerpos. Era algo más sutil: la calidez. La gente seguía viva, pero sus vínculos afectivos se deshilachaban. Los padres olvidaban cómo acariciar. Los amantes se miraban como extraños.

Saira se detuvo al borde del agua. El machete, una pieza de metal infundita de poder dorado , en el linaje ala edad de 12 años tu arma espiritual se manifestaba , colgaba bajo su gabardina. Su corazón latía con esa frialdad familiar, una mezcla de miedo y el poder que sabía que la consumiría. Su propia maldición. El linaje Grineer era la llave para cazar bestias ancestrales. Y el precio era la propia humanidad.

De pronto, un grito. No era un grito de terror, sino un sonido ahogado, como el de un balbuceo bajo el agua. Venía de la cabaña de Doña Elena, la vieja herbolaria, la única persona que le había sonreído a Saira sin juicio durante toda su vida.

Saira no pensó. La fachada de "Musa de Hielo" se quebró y el instinto tomó el control. Corrió. Las escamas rojas, la advertencia de su poder, ya le picaban bajo el cuello. No había tiempo. Tenía que evitar que el Ahuízotl robara el último recuerdo de amor incondicional que le quedaba en ese mundo.