1. PRÓLOGO

Una sombría luz perpetuaba a través del bosque denso de pinos, robles y la cantidad inhumana de musgos, setos, animales y toda aquella vegetación que uno se pueda imaginar. ¿Quién iba a imaginar algo así? Eran tiempos de cambio. Tiempos tanto de lujuria como de pobreza infernal, pero todo indicaba que iba a pasar. Iba a suceder. La Era.

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“Cuidado con las rocas. Resbalan” la dulce voz cantarina de la niña indicaba que seguramente le diese igual ver resbalarse a su hermana.

“Ya lo sé”

Aunque jugar ahí no estaba prohibido, si era perturbador. No solo por la gran cantidad de extraños seres salidos del mismísimo infierno, si no por su gran poder vital que absorbía casi solo con mirarla. Pero a ellas no. No les afectaba en absoluto esa maldición. ¿Sería porque eran hijas del mismísimo Dios? Si, ese omnipresente, pero ahora presente. Ese todopoderoso, pero ahora tan mortal como tú y yo. Aunque quizás su poder nunca se haya diluido del todo.

Las niñas atravesaron el bosque como otras tantas veces, expectantes a los miles de ojos que las observaban desde las profundidades de la negrura. Eran de un color amarillento, otros rojos, otros blancos sin pupila. Nadie sabría jamás el aspecto detrás de aquellos globos oculares.

“Una serpiente atravesó” comenzó a cantar de pronto la hermana mayor.

“El puente de Gorgod” le siguió el canto la hermana menor.

“Pero este se desató”

“Y la serpiente se cayó”

Se rieron al unísono.

Ahora que estaban en lo más profundo del bosque, ni una mota de luz se filtraba. Pero ellas veían. Cualquiera que hubiera pisado aquellos terrenos (si se hubiera atrevido para empezar) ya sería pasto de las indomables criaturas.

“¡Ahí está!” exclamó la hermana menor, corriendo hacia un característico árbol “Está vez ha estado demasiado lejos”

“Huira de nosotras” aunque fuera broma, lo dijo con cierta perspicacia.

El árbol. No era como los demás. Grande, frondoso y fuerte, sí, pero no era solo eso.

Dorado en su exterior, negro en su interior.

¿Pero que era?

La Era.