Mi Desconocido Esposo.

1.EVELIN ROSSI

  No había manera de escapar, por mucho que traté de que papá no se diera cuenta de que estaba en mi habitación, me descubrió y ya inició con su cantaleta de siempre.

— ¡Papá, no necesito que me busques un novio! — exclamé, tratando de expresar mi frustración.

Su mirada paternal me demostró su preocupación mientras respondía muy serio como siempre que hablaba de lo mismo.

— Eve, no quiero que te pase igual que a mí. Que pasé casi toda mi vida solo — dijo con un deje de tristeza que me llamó la atención.

Me quedé mirándolo fijo sin comprender lo que quería decir con aquello, su matrimonio era un misterio para mí. Suspiré sabiendo que tenía buenas intenciones, pero también me incomodaba la insistencia de buscar un novio para mí.

— Papá, te casaste con mi madre — mencioné, esperando entender su perspectiva.

— Si le puedes llamar a eso estar casados — dijo, con una mezcla de tristeza y nostalgia en su tono. Sus palabras me intrigaron y no pude evitar preguntar:

— ¿Qué quieres decir con eso? — Antes de responder, su expresión se volvió más sombría.

— No me hagas caso, Eve. Pero te voy a poner citas a ciegas. Tienes que ir.

Suspiré profundamente, sabía que no sería fácil convencerlo de que no era necesario y que las citas a ciegas no eran la solución.

— ¡Papá, no hagas eso! ¡Sabes cómo terminan siempre esas citas! — intenté disuadirlo. A pesar de mis súplicas, su determinación no se desvaneció.

— No importa hija, no vas a convencerme. — Sentí la necesidad de defenderme ante sus comentarios:

— ¡A nadie le gustan las gordas, papá! — Su respuesta inmediata fue reconfortante: — Tú no eres gorda, eres una chica saludable.

Aunque sus palabras me dieron alivio, decidí probar una estrategia para evitar las citas a ciegas:

—Está bien papá, te lo diré. — Dije con tono serio, curioso por mi confesión, preguntó:

— ¿Qué cosa? — Entonces, reuní valor para mentirle.

— Tengo novio, por eso no quiero hacerlo. — La sorpresa se reflejó en su rostro mientras indagaba desconfiado:

— ¿Tienes novio? — preguntó con incredulidad. Asentí con firmeza, esperando que me creyera:

— Sí. — Sin embargo, su escepticismo prevaleció:

— ¿Crees que me lo voy a creer? Tráemelo y lo creeré. Quiero verlo, con mis propios ojos.

Acepté su desafío, sintiendo la presión de tener que presentar a un novio que no tenía idea de dónde lo iba a sacar, por eso le dije:

— Está bien, en una semana. No puede venir antes de eso — aseguré — está en el extranjero.

— ¿Una semana? — preguntó sin dejar de mirarme desconfiado aunque cedió ante mi firme mirada. — Muy bien, esperaré una semana para conocer a tu novio — Aunque accedió a esperar, advirtió: — Pero si me estás mintiendo, te irás a la cita con el hijo de los Belmont. Mis ojos se abrieron con temor ante esa perspectiva, odiaba a ese petulante chico.

— ¡No, papá! ¡No me hagas eso! — Traté de convencerlo asustada, lo cual hizo que me observara más desconfiado ante mi reacción.

— ¿Por qué te asustas, si me acabas de decir que tienes novio? — preguntó muy serio sin dejar de mirarme interrogativamente y agregó. — ¿O me estás mintiendo?

— No papá, no te miento. Tengo novio — Negué con vehemencia, pero sin mirarlo a los ojos o me descubriría.

— Muy bien. Una semana, tienes una semana para presentármelo. — Finalmente, pareció creerme.

 Y así, se marchó de mi habitación, dejándome en un tremendo lío emocional. Pensé frenéticamente: ¿De dónde voy a sacar un novio en una semana y del extranjero? 

 La tarea parecía casi imposible, pero sabía que debía encontrar una solución para demostrarle a mi padre que mi relación era auténtica y evitar la incómoda cita con el hijo de los Belmont. 

 Esta semana sería un desafío en el que tendría que mostrar mi valía y confiar en que encontraría la manera de presentar un novio, alguien que lo convenciera de que  realmente significaba mucho para mí. ¿Lo lograré? Para ser honesta, no lo creo, pero haré mi mayor esfuerzo.

Luego de esa conversación con mi padre, en la que le mentí asegurando que tenía un novio inexistente, aquí estoy, sentada en este banco solitario de mi parque favorito, pensando qué hacer. Miro el mar, un barco entrando en el puerto y las gaviotas revoloteando encima de él.

Cómo me gustaría ser una de ellas, y marcharme lejos, solo por un tiempo. Hasta que se le pase la obsesión a mi padre de buscarme novio. Hace rato que no le entraba, pero no sé qué pasó que regresó ayer de esa reunión con esa idea. ¿Quién va a querer casarse con una chica como yo?

Cómo me describiría. Soy una chica de veinticinco años. Pues no soy muy alta, no soy delgada, digamos que soy rellenita. Mi cuerpo está bien formado, bueno al menos eso pienso yo cuando me miro en el espejo sin ropa. Pues con ellas, no hay quien logre verlo.

Sí, me cubro con mucha ropa, bien amplia. Por lo menos tres tallas mayor que la mía. Me gustan las largas faldas con muchos vuelos que me dan esa sensación de libertad. Y es que, en la prepa, tuve una muy mala experiencia con un chico. Desde entonces, mi autoestima bajó hasta el piso y no he podido volverla a levantar.




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