El sonido del silbato cortó el aire, señalando el fin del juego. La clase de deportes era una asignatura compartida con Sara y Kaila, y a pesar de no destacarme en muchas áreas, había algo en lo que sí era buena. Y eso era lo que me mantenía a flote: volley.
No entendía cómo, pero mi cuerpo se ajustaba al ritmo de la pelota, y ese día logré vencer a Sara en un partido que no esperábamos que terminara de esa manera. Mi equipo había barrido con el suyo.
—¡Muy bien jugado! —dijo el profesor, con una mezcla de admiración y sorpresa—. Srita. Mills, me ha impresionado mucho, ¿jugaba antes?
Mi rostro se enrojeció con la súbita atención que recaía sobre mí, y negué rápidamente con la cabeza, sin atreverme a mirarlos.
—Pues nuevamente, felicidades—dijo el profesor, haciendo un gesto de asentimiento mientras sus ojos brillaban por el orgullo—. Ahora vayan a las duchas, chicas, y continúen con la clase.
El bullicio de las chicas se desvaneció mientras se marchaban, pero yo me quedé quieta, observando cómo se alejaban. Quería ser la última en entrar al baño, necesitaba estar sola, lejos de miradas que pudieran descubrir mi secreto.
Mis piernas. Los cortes que me habían dejado en el muslo derecho. El dolor que recorría mi abdomen, acompañado de un estallido de moretones que apenas comenzaban a formarse. No quería que nadie lo viera. No era algo que quisiera compartir.
Un empujón me sacó de mi ensimismamiento, casi haciéndome caer. Al darme vuelta, me encontré con la mirada furiosa de Sara, con Kayla justo detrás de ella, observando en silencio.
Lo peor de todo, lo que aún no podía creer, era que el profesor había sido testigo de todo y no hizo nada. ¿Por qué no intervino?
Caminé, casi a paso de tortuga, al baño, alejándome lo más posible de ellas. La presión de la situación hacía que mi corazón palpitara con fuerza en mi pecho. El agua aún me golpeaba la piel, pero el miedo y la vergüenza ya no me dejaban sentirla de la misma forma. Cuando finalmente me aseguré de que todas se habían ido, me apuré, aunque no lo suficiente como para lastimarme más.
Me despojé de mi ropa con cuidado, el dolor en mi abdomen punzando al hacer el movimiento. Me agaché para dejarla sobre el banco, con los músculos temblando y la sensación de vulnerabilidad abriéndose paso. Ayudándome de la pared, me reincorporé lentamente, casi deseando que todo se desvaneciera, que ya no existiera.
Al abrir la ducha, dejé que el agua caliente cayera sobre mi cuerpo. Mis ojos se clavaron en las marcas de mi piel, las cicatrices que cada vez formaban nuevos patrones sobre mí, recuerdos invisibles de golpes que me harían compañía. Esa vez, el golpe había sido mío. Había sido yo quien se había lastimado.
El gran espejo frente a mí no ayudaba, y al verlo me sentí más pequeña, más rota. Giré rápidamente, incapaz de enfrentar mi reflejo. No quería verme así. No quería ser esa persona.
Al detener el agua y salir de la ducha, busqué mi toalla. Pero no estaba.
—¿Dónde está...? —murmuré, cubierta solo por la humedad del agua, mi cuerpo delgado temblando.
Una risa seca me hizo voltear.
—¿Buscabas esto? —Sara apareció en la puerta, sosteniendo mi toalla en la mano, su rostro se torcía en una mueca de satisfacción maliciosa.
Mi abdomen, ahora marcado por un hematoma oscuro, fue el centro de su atención.
—Vaya, ¿esa es mi obra de arte? —rió, observando las marcas como si fueran un trofeo.
Kayla, en silencio, la observaba desde su lugar, como siempre. Nada nuevo.
—¿P-podrías...? —mi voz temblaba, incapaz de terminar la frase antes de que Sara me interrumpiera.
—Oh, claro—respondió sin esperar a que terminara—Pero deberás ir a buscarla.
¿Qué? ¿Acaso se burlaba de mí?
No me dejó tiempo para pensar. En cuanto me quedé quieta, arrojó mi ropa a los brazos de Kayla y, sin previo aviso, me agarró del brazo y me arrastró fuera del baño.
—Dije que irías a buscarla —dijo con una sonrisa que dejaba claro que no estaba abierta a negociaciones.
—Sara... —su nombre salió de mis labios como un susurro, un ruego—. Por favor, detente.
Su sonrisa solo se ensanchó más.
—Ve a buscar tu ropa —me soltó de golpe, arrojándola en el baño de los hombres—. ¿Qué? ¿Acaso pensabas que lo conseguirías tan fácil? Después de todo, eso es lo que eres, una puta.
La puerta se cerró tras ella, dejándome con una sensación de terror y humillación que me ahogaba. Intenté retroceder, pero la cerradura me lo impidió. Estaba atrapada. Mis pies descalzos se hundían en el frío suelo del baño, mi cuerpo temblando, no solo por la baja temperatura, sino también por el miedo que se instalaba en mis venas.
No sabía de dónde saqué la fuerza para empezar a caminar hacia los baños de los hombres. Mis manos cubrían lo que podían de mi cuerpo, pero nada de eso era suficiente. Estaba completamente expuesta, vulnerable.
Al abrir la puerta de los baños de hombres, me aseguré de que estuviera vacío, pero algo me detuvo. Un sonido. Un silbido. Mi corazón se aceleró.
Volteé, y ahí estaban. Todos los chicos, mirando. La risa llenaba el aire, algunos sorprendidos, otros simplemente burlándose. El rojo de mi rostro no podía ocultar la humillación que sentía. No importaba lo que hiciera, ya era demasiado tarde.
Lucian había levantado mi ropa por encima de su cabeza, mostrándola como si fuera una conquista.
El dolor de esa humillación hizo que mis rodillas cedieran, y sin poder controlarlo, caí al suelo. Me cubrí, llorando en silencio, mientras ellos se divertían a mi costa.
—¿Tessa? —la voz de Devon cortó el aire, y al verlo, mi mundo se desmoronó aún más.
Verlo ahí, mirándome con esa expresión de sorpresa, me hizo desear desaparecer.
—¿Qué carajos...? —dijo, viendo los hematomas en mi piel con una mirada de incredulidad.
Sin pensarlo, Devon se acercó a uno de los chicos que reía mientras tomaba una toalla.
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Editado: 20.03.2025