Perfectamente Mia

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El día que había dado el sí, se había transformado en uno de sus favoritos, el cual también había sido el nacimiento de su hijo, sentía que vivía en un cuento de hadas, tal vez había sido el hecho de casarse por el primer hombre que amo y su primer novio, no lo sabía, pero era feliz sin importarles las adversidades que muchos decían sobre su esposo.

Si de algo debía culpar, era que había robado su corazón de tal manera que lo necesitaba para respirar y vivir, amaba a su hijo ¡Claro que sí! Pero más amaba a su esposo y no sabía si eso le gustaba o no.

 

¿Acaso el amor era para siempre? No lo sabía, pero creía que si llegaría hasta el final de sus días con amor para compartir en su matrimonio.

 

—Aquí tienes lo que me pides—Richard le tendió un sobre marrón, las manos de Antonella sudaban, tenia miedo, mucho miedo de que todo fuera verdad.

—Gracias—susurró, ahogada en su llanto, el hombre solo asintió y salió de la casa, dejándola sola y destrozada.

 

Sentía que tenia en sus manos su propio corazón, el mismo que estaba a punto de descubrir si destrozarlo aún más o sanarlo, ¿Cómo podía sanarlo? Si Pietro era el culpable, su culpa disminuiría ante el hecho de sentirse una mal esposa.

 

Aun con sus manos temblorosas y su corazón palpitando fuerte, abrió el sobre, sacando las fotografías. Su alma se desgarró de su cuerpo, todo en ella termino de destruirse como si una demoledora le pisara y no tuviera piedad. En ese momento se reprocho si el amor era vivido de esa forma, si amar tenia que doler o no.

¿Eran valido los seis años de casados? ¿Era valido pasarse la vida pendiente de un hombre que no te amaba? No lo entendía, quería y deseaba entender las cosas. Paso una por una, tratando de encontrarle una falla, algo que le dijera que eran manipuladas y no eran verdaderas. Tiró todas con repudio, como si solo el hecho de tenerlas en mano le quemaran.

 

Gritó y rompió en llanto, dejándose caer a un lado del sillón, froto sus brazos con sus manos, consolándose sola. Su vista aun quedo en la fotografía que estaba cerca de ella.

Pietro se veía feliz, tan feliz como los primeros años de novios, antes que ella cumpliera treinta años y se convirtiera en una mujer hogareña que solo velaba por su marido e hijo.

 

¿Era culpa de el o suya? ¿Había fallado como mujer? ¿Le falto algo para que no sucediera?

Y lo peor no era verlo feliz, era ver quien era su amante, la persona que lo hacia reír como ella no lo hizo en dos años. La traición era un sentimiento doloroso, uno que le molestaba demasiado en ver la cara de esa mujer, la misma que quería.

—¡No! No, no—bramo, tirando los adornos de la pequeña mesilla que se encontraba en el centro de la sala. Tiró de sus hebras, tratando de tranquilizarse.

 




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