Prólogo

Un hermoso secreto

Karen

«Estoy sentada en el balcón de mi habitación, disfrutando de una tarde preciosa, y aquí estoy una vez más pensando en ti, mientras los últimos rayos del sol se despiden en silencio, dándole paso a los primeros destellos oscuros de la noche. No puedo evitar que mis lágrimas rebosen mis ojos humedeciendo mi rostro. Mi pecho duele porque mi corazón está muy triste, sin ninguna razón aparente, más que la que mi alma cansada de esperarte guarda en lo más profundo.

 Te esperé siempre mi amor, aun cuando fui yo quien te alejó de mí, no hubo un segundo de mi vida sin que tus bellos ojos hicieran parte de mis sueños. Hoy debo confesarte que aunque no tuve la valentía para decirte mil cosas, y aunque fui egoísta al ocultarte un hermoso secreto que me recuerda tanto a ti, fuiste el único y gran amor de mi vida. No me odies, por favor. Te pido que recuerdes todo lo bello que vivimos juntos, para cambiar el rencor que estoy segura, sentirás por mí, por el perdón que me permita descansar en paz.

Tal vez sea tarde y no tenga derecho a pedirte esto, pero… Me haces falta y quiero que regreses, necesito que vuelvas pronto a mi vida, o muy a pesar de mi tristeza y mi melancolía, tendré que despedirme de este mundo sin poder cumplir mi último deseo. Todo lo que anhelo es poder decirte adiós mientras tus brazos fuertes me cobijan y tus pensamientos me susurran, nunca te olvidé.

Si no llegas a tiempo, quiero que sepas que en medio de todo me fui tranquila, porque descubrí que no solo mi corazón te amaba, y confío en que la vida le dará la oportunidad de conquistarte. Necesito que te ame y que la ames, solo así desde dondequiera que esté podré sentirme en calma, porque el ser más importante que dejo en esta tierra nunca estará triste. 

No tengas en cuenta mis errores, mi amor. Ámala y cuida mucho de ella, te lo ruego»

Oliver

Aquella carta llegó tarde a mis manos, porque hoy que regreso al lugar de donde nunca debí partir, ella ya no está. 

Entro a su alcoba y el silencio eterno de su despedida, me sorprende llorando en esta cama vacía, por aquella mujer que significó tanto para mí. Solo su recuerdo se compadece de mí y me abraza por largas horas permitiéndome pensar en ella, para desahogar mi pena. 

—Lo siento, mi amor. Lamento tanto, no haber llegado a tiempo.  —Un murmullo lastimado brota desde lo más profundo de mi ser, mientras mis brazos envuelven con fuerza su almohada e inhalo con esmero, buscando perfumar mi tristeza con su aroma, soltando sollozos que no puedo controlar.

Emma

El llanto colmado de dolor del hombre que está en la habitación que era de mi hermana, me tortura y agudiza mi propio dolor, porque si soy honesta, siento que él se está llevando la peor parte de esta gran pérdida.  Pienso en lo que está por descubrir y se me comprime el pecho porque, ahora que Karen ya no está, no sé cómo voy a hacer para mirarlo a los ojos sin sentirme señalada por las culpas de mi hermana y de las mías. 

Me quedo paralizada en el marco de la puerta, viendo cómo se consume en llanto, al tiempo que sigo derramando en silencio las lágrimas que son imposible de contener, mientras intento con todas fuerzas omitir el deseo de acercarme y abrazarlo, porque verlo tan frágil me conmueve. 

—Mi mami, mi mami. 

La vocecita delicada de mi sobrina me hace reaccionar. Mis manos hacen un intento vano por detenerla para que no entre a la alcoba, no logro agarrarla, viene tan deprisa llamando a su mani que pasa de largo. 

Quedo fría cuando sus pasos se detienen justo frente a la cama, veo en suspenso cómo su curiosa inocencia la impulsa a acercarse lo más que puede hasta quedar a escasos centímetros del ser, que no sabe que ella existe. 

Trago seco por imaginarme lo que viene. Nunca he sido cobarde, mi carácter fuerte no me lo permite, pero, mentiría si digo que tener que enfrentarme a Oliver Cooper, no me dispara los nervios.