Los girasoles también lloran

Capítulo cuarenta. Kiareth.

 

 

KIARETH

 

Simple. ¿Sí lo fue? He hecho esto como una probable solución simple. Por un lado, me sienta mal no haberle explicado primero lo que planeaba hacer antes (y después) de pedirle que escribiese una carta a esa bestia con cara marrana donde le dijese lo que hace mucho su corazón desea expresarle. En sí, lo escrito ya abarcaba poco más de una página y todavía siento que quizás hasta faltaron palabras, solo que Janeth no es una persona que venga directo a darte un conversatorio donde te suelte todas tus verdades; lo que le molesta de ti, si le caes mal, si hiciste algo que ella aborrece (como masticar con la boca abierta, ¡Ese maldito sonido es asqueroso!). En fin. Eso sí es algo en lo que no ha cambiado para nada.

El caso (dirigiéndome al tema en cuestión) es que su visto bueno o también su visto malo hubiese sido una forma respetuosa de hacer que ella decida la forma en que esa carta sea (o no) destruida.

Preguntarle habría sido la forma más correcta de ver cómo ayudarla con esa excesiva carga de pensamientos que ella dirige a ese tipo; cosa que se repite todos los días porque es obvio que le cuesta sacarlo de su cabeza. Porque a como ella dijo: «Todo lo que le hizo no va a despejarse en los pocos días que llega aquí». Ya de por sí me cuesta ayudarle a controlar ese tic de andarse rasguñando la piel entre los dedos hasta sacarse sangre. Lo peor de todo es que siquiera tiene uñas; pero si Janeth se siente estresada o alterada, siempre busca cómo producirse ese piquete porque dizque le ayuda a concentrarse en algo diferente a lo que tiene en mente.

            No sé si en verdad eso ayude; pero el solo hecho de que ande autolesionándose, por más pequeño que le parezca, ya es algo que me preocupa mucho.

Todo en su situación lo hace. Solo que no sé cómo preguntarle…

Mucho menos ahora que ella tiene los ojos cerrados mientras mueve las manos de arriba hacia abajo a los costados del humo producido por el papel quemándose. Me pregunto, por un mísero segundo de pensamiento infantil, si se cree alguna especie de hechicera o adivinadora o lo que sea; pero vuelvo a nuestra realidad cuando ella abre los ojos y los dedos de sus manos se estiran.

Nada más lo hace, se relaja.

¿Movimientos repetitivos lo logran?

Buen apunte a mi cuaderno mental.

—¿Sientes acaso…? —comienzo, insegura de preguntarle al respecto, bien arrepentida de haber actuado y ya, sin consultarle en lo absoluto. Me relamo los labios, miro a mis costados y de nuevo a ella—. ¿Sientes que te he ayudado con… esto?

—Me has ayudado mucho.

Se me sale una sonrisa.

—Sabes a lo que me refiero.

—Sí, me has ayudado. El humo es extraño… supongo. Siento que gracias a esto he liberado algo importante y mira que no hablo de un gas, eh —gime con diversión y la broma suena tan irrealista cuando sale de sus labios con tanta naturalidad que me toma por sorpresa. Ella ni en cuenta y su mirada se eleva a las estrellas. Está sentada en posición de mariposa al igual que yo, para más comodidad frente a la otra, con el viejo plato frente a las dos—, aunque ahora hemos quemado una carta que escribí a uno de los hombres más detestables en mi vida. Me siento bien, feliz.

Pese a que su tono baja, me río sin poder evitarlo.

—Si te ha ayudado —digo, tan suave que mis palabras apenas se mezclan con el sonido de los grillos que molestan al mundo con su incesante chirrido. Amo los animales; pero no, esos… seres vivos no me gustan en lo absoluto; su solo tono repetido es un martirio que a pocas personas puede que les guste— aunque sea en algo entonces es algo que me alegra muchísimo.

—Quemar la carta, algo que tenga mis sentimientos —empieza diciendo y sopla con cuidado los restos calcinados que flotan frente a ella—, ¿de dónde lo sacaste? —Sus ojos brillan.

Es de noche, así que casi no alcanzo a ver esa bella mezcla entre verde y café. Avellana lo llaman.

—Si te soy sincera, Jane; yo, bueno, soy fanática de leer mucha fantasía… a veces con toques románticos entre protas o personajes secundarios; ¿sí se entiende lo que digo? O lo hacía; porque ya ni tiempo tengo de sumergir las narices en un libro. ¡En fin! No tienes ni idea de las cosas tan extravagantes que pueden aparecer entre ellos como posibles costumbres o tradiciones para honrar a sus muertos hay hasta para despedirse de su pasado. Este, de quemar algo que tenga impregnado lo que sentimos, es uno que me gusta bastante, aunque no creo recomendarlo mucho porque al fin y al cabo puede tomarse como “quemar basura” y eso, pues, contamina el planeta —carraspeo y muevo la cabeza de lado a lado con lentitud, tanto para despejarme de esos pensamientos anteriores como para olvidarme del calor que asciende en mis mejillas—. Me gustan cosas que van con el viento o que se puedan relacionar. Digo… no me voy a poner a hablar de cosas o tecnicismos literarios que capaz ni sentido tengan para ti; pero… igual, eh

—Ay. Solo a veces, si me lo permites decir sin que sientas que quiero ofenderte porque no.

Jane aprovecha mi silencio cuando no encuentro más palabras que me ayuden a secundar mi punto, mi bendito comentario que queda casi al aire porque no puedo plasmarlo tan bien como quiero ya que no encuentro símiles o comparaciones que me ayuden en eso, ¿puedo llamarlas “alegorías”? Necesito consultarlo con la RAE para recordarme la posible diferencia entre esos tres grupos.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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