Como alguna vez en años anteriores me burlé de mis hermanos mayores, e incluso de Samantha, mientras éstos cuidaban a sus bebés; había llegado el momento de que el Karma me hiciera pagar por ello, de la manera más tormentosa posible.
No sabía qué hora era, pero ya podía ver la luz de la mañana asomarse por la ventana de aquella sala de estar, mientras yo permanecía sentada en el sofá con el bebé en mi regazo. Me sentía realmente agotada, los párpados me pesaban, tenía horribles y marcadas ojeras; pero, aun así, era incapaz de cerrar los ojos y quedarme dormida, ya que cada vez que lo hacía él comenzaba a llorar, debido a los cólicos que le produjo la leche de la tienda.
Necesitaba dormir, quería un baño, realmente anhelaba uno de espumas. Me sentía tan desesperada en aquella primera noche que solo me contenía para no llamar de una vez a servicios sociales. También tenía miedo de que hubiese represalias legales en mi contra por no reportar pronto el abandono de un bebé, y sentía que estaba retrasando el proceso que llevaría a aquel pequeño con alguna familia que sí lo quisiera.
Mordí mi labio inferior luego de pensar aquello, y bajé la mirada hacia su rostro, sorprendiéndome al notar que tenía sus ojitos abiertos, y me veía con atención. No tenía sentimientos de acero como mamá creía, por lo que el verlo tan lindo con sus mejillas regordetas me trajo un cúmulo de lindas emociones. Me parecía muy adorable, pero su ternura se vio opacada ante mis ojos en el momento en que noté el color de sus iris… eran esmeraldas, al igual que los de Marco.
—Es una coincidencia, hay cientos de hombres con ojos verdes, más en esta ciudad. —dije.
Me sentía realmente patética en aquel momento, pero estaba decidida a no hacerme ideas en la cabeza, e ignorar los pensamientos que invadían mi mente. No podía perder la cordura cuando había un pequeño que necesitaba mi atención en aquellos momentos.
Serena, para no caer en la locura, así debía mantenerme.
—Todo estará bien, pequeño Jery —dije, y suspiré hondo para tragarme el nudo en mi garganta, en tanto guiaba la mano hacia su carita para rozar mis nudillos en su mejilla, y el corazón se me encogió en el pecho cuando su manita se aferró con fuerza a mi dedo. —. Vaya, que buen apretón —sonreí. —. Eres muy fuerte y apenas será tu primer cumple mes.
La sonrisa en mis labios se desvaneció al percatarme de que estaba embobada con él, y luego me aclaré la garganta para recuperar la postura.
—Está bien, Jeremías, aceptaré que eres adorable. Pero eso no cambia nada, ¿entiendes, pequeño? Tampoco estoy dispuesta a ir a la cárcel solo para conservarte, en todo caso. —dije con firmeza.
Me propuse llegar triunfante al día veintiséis, y al menos saber que cuidé bien de un pequeño que me necesitaba. ¡Cielos! Mamá tendría que estar orgullosa de mí, ya que siempre decía que nunca me preocupaba por los demás.
Sí, tenía que verle el lado positivo, podría alardear de haber cuidado a un bebé tres días. Claro, lo haría omitiendo muchos detalles, como lo difícil que fue ajustarme a una rutina con él; ya que los siguientes dos días dormía en la mañana y lloraba por las noches. No salí del apartamento, por suerte en el trabajo lo entendieron, después de todo llevaba meses tomando hasta el triple de cargas solo para distraerme, así que vieron bien darme vacaciones.
Cualquier cosa que necesitaba lo pedía a domicilio, por lo que solo estaba todo el día atendiéndolo, tratando de mantenerlo cómodo cuando lo atacaban los cólicos. Y así finalmente llegó el día en que recibiría la ansiada llamada de Marco, y suerte que no se trataba de una video llamada, porque estaba hecha un desastre; el cabello despeinado, vestía un pijama y estaba llena de vómito y popó. Pero al menos había logrado que se quedara dormido en su canastilla.
Tenía los nervios a flor de piel, y las manos me temblaban mientras caminaba de un lado a otro en la cocina sin despegar la mirada del celular que reposaba sobre el mesón, ansiosa por escucharlo sonar.
—Gato, no te subas ahí. —chiteé, señalándolo con el dedo, ya que en el momento en que decidí asomarme a asegurarme de que el bebé estuviese bien, lo descubrí intentando subirse en la canastilla.
No importaba cuanto chiteara, sabía que no me obedecería, por lo que debía ir yo misma a apartarlo. Desde el instante en que Jeremy llegó, a Gato se le despertó una obsesión por querer dormir acurrucado a él, y no podía permitirlo ya que según mamá el pelaje de los gatos era malo para los niños. Siempre se lo decía a mis sobrinos.
El celular sonó, sorprendiéndome al punto en que dejé caer al gato sobre la alfombra para dirigirme, casi corriendo, hacia la cocina. Tomé el teléfono con las manos temblorosas y por poco se resbalaba de mis dedos, pero lo sostuve con firmeza, inhalando profundo y repitiéndome que debía calmarme. Y así, sintiendo que mis oídos palpitaban, respondí aquella llamada.
—Hola, bonita.
Su apacible voz inundó mis oídos, y por unos segundos, sentí paz.
—¿Marco?
—Polo… No sabes cuánto te he extrañado —respondió risueño, haciendo que una tenue sonrisa se posara en mis labios, y los ojos se me cristalizaran con emoción. —. Lo siento —emitió un sonido que me indicó que se incorporaba. —, estaba tomando un descanso en una litera.
—Está bien. —sorbí mi nariz, tomando el celular con ambas manos al sentirlo resbalar por los temblores.
—¿Segura que todo está bien? Te siento algo extraña —comentó. —. ¿Qué tal tu señor Gato?
—E-Él está bien —respondí, mordiendo consistentemente mi mejilla interna de manera nerviosa. —. Marco, tenemos que hablar.
Sentía el corazón latiéndome en la garganta.
—Claro, dime…
—¿Existe la posibilidad de que tengas un hijo? —inquirí, con desespero.
Una media risa brotó de sus labios.