FRAGMENTO
—Perfecto. —Bebe el sorbo restante de su trago—. Vamos, nos espera Jonathan.
—¿Quién? —Me levanto del asiento. El brandy se había apaciguado en mis venas y ya no me sentía tan mareada. Me comería el calzone al llegar al departamento de Julio.
Julio...
Este hombre me convierte en alguien que no soy, pero que deseo ser.
Sus ojos recorren mi cuerpo con descaro. Me vuelvo a sonrojar, como colegiala en fiesta de graduación.
Debo dejar de hacer eso. Sin embargo, es imposible mientras me observa como si quisiera desnudarme en medio del lugar.
—Haces muchas preguntas, María. La vida no se disfruta si cuestionamos todo. Debes dejar de darle vueltas a todo y vivir el momento.
Agarra mi mano libre y me obliga a caminar a su lado.
Me limito a seguirle, después de todo, tiene razón. Pienso demasiado. Llevo más de diez años considerando cada acción y cada movimiento. Cuando me gradué de leyes, las responsabilidades fueron mayores. Trabajaba hasta tarde y no tenía amigas, más que las esporádicas salidas por educación a las que me invitaban las compañeras del despacho. Mi vida no podría decirse que es aburrida, pero sí es seria. Mi economía me permite pagarme vacaciones tres veces al año, enviar dinero a mi madre y a mi abuela, gastos de mi carro, mi apartamento en una de las mejores zonas de Queens y cualquier imprevisto. No puedo llamarme una mujer rica, pero tengo ciertas comodidades.
—Puedes soltarme, no estoy borracha —le susurro.
Siento que todos los ojos están puestos en nosotros.
Son notorias las miradas lascivas y frescas que le lanzan a Julio las mujeres. No pueden resistirse a su magnetismo. Y, por lo visto, yo tampoco. Él es innegablemente un hombre que se da a notar. Es bastante alto. Mis sandalias de plataforma me hacen lucir un tanto más alta, pero no lo suficiente para alcanzar siquiera sus hombros. Su pelo castaño claro y sus ojos miel le dan un toque diferente, atractivo. Sus labios son carnosos; el superior un poco más fino que el inferior. Sus pómulos marcados parecen tallados. Debe rondar los 85 kg. No tiene una gota de grasa, es todo músculo y firmeza. Debe practicar algún deporte o hacer mucho ejercicio en el gimnasio.
Llegamos a la salida del aeropuerto.
Un carro Bentley negro con vidrios tintados nos aguarda con un hombre de unos veinticinco años al volante. Se respira el aire de dinero, no me percaté de eso hasta el momento. Julio parece tener buenos modales y educación cuando no estaba siendo un estúpido arrogante hombre de las cavernas. Ese Bentley Musslane cuesta una fortuna. Por lo visto, Julio se da el placer de usarlo como transporte con chofer integrado.
Me abre la puerta y espera que me acomode para sentarse a mi lado en la parte trasera del vehículo.
—Buenas noches, señor Medina —saluda el chofer a Julio.
¿Así que ya tiene apellido? ¿Medina?
«Es un apellido común en República Dominicana».
Nerviosa, paso mi mano sobre mi cabello, el cual se encoge y hace rollitos en la parte baja de la nuca.
—No te estarás arrepintiendo, ¿cierto? —Coloca su mano sobre mi pierna.
Bajo la vista para escrutar; es enorme en comparación con las mías, que están entrelazadas intentando contener el nerviosismo que ocupa el lugar por donde debe transitar mi sangre.
—No. —Mi voz temblorosa me traiciona.
—No parece que estés muy segura. Tendré que hacer algo para evitar que saltes del carro. —Se acerca a mi oído y reparte diminutos besos en el lóbulo.
Suelto un suspiro.
Mi corazón acelerado se debe escuchar en todo el vehículo.
—Tranquila. —Su voz es como un afrodisíaco, como las fresas con crema y Nutella.
—Umm… —Cierro los ojos y me dejo ir un poco.
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