Capítulo 8: El Último Latido (FIN)

La figura de Teresa se acercó a Jesús a través de la densa niebla. Su rostro, claro y lleno de una tristeza indecible, era la única cosa real en un mundo de fantasmas. Jesús sintió una punzada de esperanza. Ella lo recordaba. Ella era la salvación. Pero no se atrevió a moverse.
El viejo apareció detrás de ella, su figura una sombra en la niebla. Su voz, un susurro ronco, llenó el aire. "Te lo dije, muchacho. El olvido no es una liberación. Es una sentencia".
Jesús miró a Teresa, y vio algo en sus ojos que lo aterrorizó. No era reconocimiento. Era una extraña tristeza, como si un recuerdo importante se le hubiera escapado de las manos. "Teresa", intentó gritar. Pero no pudo emitir sonido. Él era una sombra para ella.
El viejo sonrió, una sonrisa sin alegría. "Ella te olvidó, muchacho. Te olvidó porque no podía vivir con la idea de que te había prometido algo que no podía cumplir. Te olvidó porque te necesitaba, pero no te podía tener. Y el tren del olvido te dio la bienvenida, porque el amor más grande de tu vida te olvidó".
Jesús se dio cuenta. La esperanza era una mentira. El amor de Teresa no lo había salvado, lo había condenado. La promesa de Teresa era la trampa, el detonador. El tren no lo había secuestrado. El olvido de Teresa lo había llamado.
Y luego, el terror. La niebla se volvió más espesa. Jesús sintió que su cuerpo se desvanecía. No era una paz. Era una agonía. Sintió que sus recuerdos se iban. El rostro de su madre se desvanecía, el rostro de su padre se volvía borroso. El rostro de Teresa también. Él intentó aferrarse a ellos, a sus nombres, a sus caras, a sus voces, pero no podía. Era como si su memoria se hubiera vuelto un fantasma.
Lo último que vio fue el rostro de Teresa, y por primera vez, ella lo miró, no con tristeza, sino con una mirada vacía, como si fuera una estatua en un museo. Y luego, todo se desvaneció. El silencio se tragó el último eco de su existencia, dejando solo la niebla y el sonido de un tren que se alejaba en la oscuridad.