El sonido de pasos firmes por el pasillo me hizo abrir los ojos de golpe. Rodric Muller estaba en casa. Me levanté de la cama como resorte y comencé a recoger mi ropa esparcida por el suelo. Solté un leve gruñido de frustración al no poder encontrar mi bota izquierda, definitivamente no había tenido ningún cuidado mientras me desvestía anoche. Me puse los pantalones y la camisa de la forma más rápida y silenciosa que pude. El suelo de piedra se sentía frío a mis pies, la madrugada había refrescado. La luz que se colaba por la ventana era tenue, el sol apenas estaba por salir. Puse mucho cuidado en no tropezarme con ningún objeto de la habitación, si Rodric se enteraba de que estaba aquí, me molería a palos sin importarle quién era yo o mi padre.
Miré a Vanessa, quien aún dormía plácidamente en la cama, su sedosa cabellera rubia cubría su espalda desnuda como una manta, la chica no tenía la menor idea de que su padre estaba en casa. Preferí no despertarla, si Rodric decidía entrar, era mejor que encontrara a su hija dormida. Lo importante era que yo saliera de aquí antes de que eso ocurriera. Me puse pecho tierra sobre el suelo para buscar debajo de la cama, la bota faltante estaba ahí debajo. Estiré el brazo y la tomé. Ya con toda mi ropa en mi posesión, era momento de la huida. Corrí hacia la ventana y miré hacia abajo, había al menos unos seis metros de la ventana hasta el suelo, brincar sería una imprudencia, tendría que asistirme de la corrosión de las rocas de la pared exterior como lo hice para subir anoche. Me cercioré de que no hubieran sirvientes alrededor que pudieran delatarme y arrojé las botas al césped. Luego, con mucho cuidado, saqué la pierna derecha y busqué un orificio entre las rocas de la pared externa en donde pudiera meter el pie, luego busqué de donde agarrarme con una mano y luego la otra. Unos centímetros más abajo, encontré otro orificio para meter el pie izquierdo. Poco a poco fui descendiendo por la pared, tenía que ser muy metódico al respecto, un movimiento en falso y el reino se quedaría sin príncipe heredero. Tal vez habría sido más fácil transformarme en búho y salir volando por la ventana, pero eso significaría dejar mi ropa en la habitación de Vanessa y arriesgarme a que su padre la encontrara.
Una vez que estuve a solo un par de metros del suelo, brinqué y caí de pie sobre el césped con la gracia de un felino. Rápidamente tomé mis botas y me apresuré a salir de la propiedad de los Muller. En cuanto estuve a una distancia prudente y mi presencia se podía camuflar entre los enormes árboles del bosque, aminoré el paso. No había motivo para seguir andando a prisa, todo indicaba que esta sería una mañana encantadora y tenía la intención de disfrutarla.
Lentamente moví la cabeza de un lado al otro, todo el vino que había consumido anoche con Vanessa aunado a mi abrupto despertar, me habían dado una jaqueca. En cuanto llegara al castillo me metería a mi amplia cama y me la pasaría ahí recostado al menos hasta el medio día.
El sol comenzó a salir, recibí los primeros rayos que se colaban entre las frondosas ramas de los árboles y sonreí. Pasé mis manos detrás de mi nuca y comencé a silbar despreocupado mientras pensaba en qué ordenaría para desayunar.
—Buenos días, príncipe Alexor —me saludó un recolector de manzanas al verme pasar.
—Buenos días, buen hombre —respondí sin prestarle mucha atención al madrugador campesino.
La lujosa y extravagante casa de la familia Muller se encontraba a unos kilómetros del castillo, lejos del ajetreo de la ciudad, pero lo suficientemente cerca para nunca perderse un solo evento de la realeza. A la madre de Vanessa, Violeta, le encantaba codearse con la familia real y estar presente en todas nuestras fiestas. Estaba convencido de que si Violeta supiera que su hija menor y yo estábamos teniendo un amorío, no tendría ninguna objeción en ello, todo con tal de estar cerca de la familia real. Su padre era otro cuento, Rodric Muller, el encargado de la ciudad y miembro del concejo de caballeros de mi padre, no dudaría en hacerme pagar mi fechoría e incluso sería capaz de exigirle al rey que me forzara a desposar a su hija. No podía permitir que eso pasara, Vanessa era guapa y sin duda nos divertíamos juntos, pero ni loco la tomaría como esposa, era demasiado vana y mimada para mi gusto. Además, en estos momentos casarme era lo último que me interesaba, la vida era demasiado dulce y divertida como para estar pensando en tomar una esposa.
Entré a la ciudad al tiempo que sus habitantes iban despertando, el panadero estaba abriendo sus puertas y la vendedora de frutas ya estaba colocando sus mercancías en su lugar. Todos me saludaban al pasar y hacían una respetuosa reverencia; apreté los dientes, incómodo, ya me había visto demasiada gente como para que mi padre no se enterara de que pasé la noche fuera. Ahora tendría que buscar una excusa plausible para evitar meterme en problemas. Probablemente sería necesario pedirle a mi amigo Elio Durand que mintiera por mí y que dijera que nos fuimos de juerga toda la noche.
Al ver que me acercaba, los guardias de la entrada abrieron las rejas de acceso al castillo de par en par y las cerraron inmediatamente en cuanto estuve adentro. Aceleré el paso para llegara a mi habitación lo más pronto posible, ahora ya era oficialmente de día y mi padre era la clase de hombre que acostumbraba despertar temprano, los reyes no se pueden dar el lujo de dormir hasta tarde pues siempre hay asuntos urgentes que tratar en el reino.
Me apresuré escaleras arriba y caminé por los pasillos hasta llegar a mi habitación, esquivando a los sirvientes que iban y venían trayendo agua, bandejas de comida y otras cosas para mis padres y mis hermanos. Giré la perilla de la puerta y emití un suspiro de alivio en cuanto estuve dentro de mi recámara.