Capítulo 3

13.12.23

Era el primer día de aquel diciembre que se podía apreciar un cielo despejado, a pesar de eso, el frío invernal seguía en el ambiente. El sol aún no hacia su aparición, así que decidí mirar un rato más a través de mi telescopio. La constelación de Andrómeda estaba a toda su esplendor y Alpheratz, la estrella más grande y brillante, era la protagonista de aquel espectáculo.

Agregué un poco más de color azul a mi pincel e hice los últimos retoques de mi pintura. Amaba plasmar las imágenes sobre tela, era mi pasión. Sin embargo, la vida de un artista puede ser complicada, así que trabajar como contador era mi lado oscuro. Los números siempre habían sido muy fáciles para mí y así podía conseguir el dinero necesario para financiar mis proyectos artísticos. 

Bebí un poco más de café, pero definitivamente ya estaba frío. Era hora de irme, pasaría a comprar otro en el camino. Me gustaba llegar siempre antes que todos, ser sociable no era mi fuerte y menos con personas que no eran capaces de ser sinceros. La hipocresia predominaba en aquella oficina y eso no iba conmigo.

Tomé mi abrigo y caminé hasta la zona de edificios. La cafetería era tan madrugadora como yo, por lo que entre en búsqueda de mi bebida caliente.

—Buenos días, Emiliano —dijo Nora, la amable señora de pelo cano, que me atendía todos los días.

—Buenos días, Nora —le sonreí. Me encantaba su amabilidad, esa sí era genuina y me hacía recordar a mi abuela —me parece muy linda tu decoración navideña —le dije señalando todos los adornos a mi alrededor.

—Gracias —se sonrojó un poco —es mi epoca favorita del año.

—La mía también.

Me encantaba el ambiente navideño, a pesar de no soler compartir esas fechas con nadie, era amante de todo lo relacionado. 

El ruido de alguien dejando golpear la puerta y cosas cayendo llamó nuestra atención. Los papeles se desperdigaron por el piso y una chica empezó a maldecir al aire. Caminé hasta el caos para auxilarla y fue en ese instante que la reconocí. Su cabello castaño claro caía por sus hombros, sus mejillas estaban sonrojadas y parecía que traía toda la ropa de invierno de su closet puesta. Gorro, bufanda, chaleco, guantes y un gran abrigo.

—Lamento tanto haber azotado la puerta —dijo apenada.

—No parece que le haya dolido —contesté y fue cuando me dirigió la mirada haciendo que sus mejillas se sonrojaran aún más. 

—Emiliano —contestó. Había recordado mi nombre, generando una sensación extraña en mi estómago.

—Hola Valeria. Toma — le di los papeles recogidos.

—Gracias —extendió las manos.

Aún estaba de rodillas por lo que le ofrecí mi mano para que se levantara. El tacto de su piel fue agradable e incluso sentí unas chispas extrañas. 

—¿Estás bien? —le pregunté sin soltar su mano de forma inconsciente.

—Si, si —dijo algo nerviosa, dirgiendo su mirada a nuestras manos tomadas.

Me sentí muy estúpido y rapidamente la solté.

—¿Qué te preparo, querida? —dijo Nora desde el mostrador.

—Un capuchino, por favor —constestó a Nora —. Muchas gracias por ayudarme una vez más —volvió a dirigirse a mí. 

—No hay problema — sonreí automáticamente.

—Veo que vas temprano al trabajo —dijo señalando mi maletín.

—Si, me gusta madrugar.

—Ya veo, yo no suelo hacerlo, pero tengo un pendiente con el viejo archivero —sonrió haciendo alusión a la misión que no pudo terminar ayer.

—Claro —dije algo nervioso sin saber porque me sentía así.

—¡Odio el clima frío! —otra chica entró a la cafetería. Era alguien de la oficina, a pesar de no hablar con nadie, los conocía a todos.

Se nos quedó mirando extraño, al darse cuenta de que estábamos hablando. Sabía lo que todos en aquel lugar decían de mí y era algo que en realidad me divertía. No estaba dispuesto a seguir conversando. Tomé mi café ya servido en el mostrador y despidiéndome solo de Nora salí del lugar.

Llevaba meses sin hablar con una mujer que no fuese Nora o mi hermana y después de haber cruzado palabras con aquella chica dos veces en menos de un día, me sentía bastante extraño. 

Borré cualquier idea extraña de mi cabeza y continué con mi camino.