Pausa de dos a tres versos.

Convénceme, demuestra que eres poeta, dueño de las páginas y letras. Violento cantor, haz que lo que exista en el alma se lo lleve el sol, que el cuerpo no sea más angustia pereciendo en el espacio. Como miel de abeja.

Haz que al borde del cementerio sea planicie y cerro, sea de tu boca y el nervio. Esas ficticias visiones noctámbulas que ponen riendas a los sueños, que no te adueñas de eso, qué estamos haciendo.

Convence a las zonas áridas del corte celestial, de que no nos juzguen, no hagan cápsula sus arterias por cobrarse la vida, la moral despiadada.

Hazme verso, escritor, trabaja con el olvido que tengo y las alarmas que brotan de mis ojos. El cierre de las pupilas. Hazme girar en escenas como dictador.

Quiero que te concentres en el incendio de tu garganta, que en aspas ya refugiaba miles de pistilos, que ya ansiaba encontrarse con mi saliva hecha nido. Tu garganta soñaba encontrarse conmigo.

Así que quiero, deseo y hago revuelta, que no estés muerto, que la sangre se desplome en las banquetas haciendo figuras de árbol.

Laberintos y campos.

Quiero que tu lengua queme en cada momento, que las ventanas han tocado en un estruendo de sopranos anhelos. Esta tierra es nuestra tal como lo fue la ráfaga que se coló de tu cabello.

Sigue siendo de ceniza.

Convénceme, escritor, aduéñate de la poca fe que resta en mis adentros. En esta vida y las otras, fingiendo que creemos en las variantes que chocan, convéncete de que me tienes y puedo escapar. Con ese vértigo bien posicionado, transformándose en ego, brutalidad de ingenio.

Que en libertad somos el talento desperdiciado de los teóricos antiguos, pero un corazón ardiente que entra en apnea si le conviene o desapareces.

Desaparecemos.

Ven a convencerme de que, si la ausencia toma forma de ser viviente, no habrá purgatorio que nos rescate del ser artistas conscientes.