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Alexis se detuvo un momento, observando al hombre, quien yacía inconsciente en el sofá de recepción. La sangre en su ropa y la amnesia que afirmaba tener no dejaban de inquietarlo.

Era tentador tomar muestras de la sangre y comenzar el proceso forense, pero algo le decía que la clave no estaba en lo evidente.

Además, no era legal hacer eso sin su consentimiento.

—Revisemos su teléfono —decidió Alexis, con la firmeza de quien sigue una corazonada.

Sabía que los dispositivos móviles a menudo guardaban más información de la que las personas podían recordar.

Un oficial trajo el teléfono del hombre ya identificado como Carlos. Estaba bloqueado, pero con un rápido acceso autorizado, lograron desbloquearlo y acceder a sus mensajes, llamadas y fotos.

Alexis revisó el dispositivo en silencio. No había fotos recientes, nada que llamara la atención. La galería estaba prácticamente vacía, sin recuerdos capturados ni imágenes compartidas. Era extraño para alguien de su edad.

—Este tipo no tiene ni perro que le ladre —murmuró Alexis, mientras continuaba revisando.

Fue entonces cuando algo resaltó: la última llamada realizada. El registro marcaba apenas unas horas antes.

—Su última llamada fue de su psiquiatra —dijo Alexis en voz alta, mostrándole el teléfono a Luciano.

El número del Dr. Marcelo, su psiquiatra, estaba ahí, registrado como la última persona con la que Carlos había tenido contacto.

Alexis frunció el ceño.

A tales horas de la noche ¿Qué había pasado en esa conversación? ¿Podría el psiquiatra arrojar alguna luz sobre el comportamiento de Carlos?

—Habrá que interrogar al doctor —comentó Luciano.

Alexis asintió.

Era casi madrugada, y aunque estaba ansioso por obtener respuestas, sabía que sería difícil localizar al psiquiatra en ese momento. Tendrían que esperar hasta la mañana.

—Mañana hablaremos con él —decidió Alexis, cerrando el teléfono y guardándolo en la bolsa de evidencia.

Aunque había avanzado un paso, la incertidumbre seguía en el aire.

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