Número Siete.

¡Joder, joder, joder!. ¡Estoy atrapado en mi propia mente!. Cada vez pierdo más la cordura, he matado a tres niños enfrente mío y no sé qué hacer. ¡Juro que no fui yo!, ¡lo juro!. Tengo miedo, me siento totalmente perdido. Estoy encerrado en mi propio ser, todo está oscuro y no tengo la menor idea de si esto es un cuarto o me encuentro en las calles de la ciudad. Me levanté con el cuchillo en la mano, comenzando a caminar hacia delante; no importa si chocaría después, solamente quiero saber dónde estoy. Sé que sigo caminando, así que debe ser un tipo de pasillo con o sin salida. Veía que, cada vez más, me alejaba de aquellos cadáveres, pero sentía que estaba tan cerca de ellos a la vez que no me los podía quitar de encima. Escuché pasos, se arrastraban fuertemente por el suelo, y éso hacía que se notaran en todo el ambiente. Aceleré mis pasos sigilosamente por cada segundo que pasaba, no sé qué era ésa cosa pero se veía aterradora. Hubo algo que le pasó a mi cuerpo, era horroroso: mis pies y piernas comenzarían a doblarse como patas de un pingüino para caminar de manera lenta, haciendo que mi atacante cobre más velocidad. Cuando llegó hacia mí, sólo sentí en mis hombros unas manos muy frías. Éstas tendrían dedos largos como huesos y serían de color negro, parecían manos en estado de descomposición antes que otra cosa. Cuando las vi... Oh, Dios. Cuando las vi pude sentir que aquél ser chupaba el alma hasta el final,  y por éso me desmayé. Al cerrar los ojos, noté cómo salía de mi cuerpo y me paraba a su lado para contemplar su piel extremadamente pálida. No podía creer en nada más, no sé si es un sueño o estoy muerto en verdad. Yo sólo sentía mucho miedo que empecé a gritar del trauma, ¡¿qué mierda hacía allí parado y no dentro de mi cuerpo?!. Mi cerebro me hacía la vida de lo más difícil, y no creo poder soportar algo más. Por éso lloré del dolor y me arrodillé al lado del difunto cuerpo sin vida... Sabía que mi vida se había acabado, para siempre o por ahora.