Cita accidental (otra vez)

Un lunes cualquiera, con mi moral todavía en coma por culpa del hashtag, decidí darme un respiro y pedí un café para llevar en mi lugar favorito del centro. Nada raro, ¿Verdad?.

Pues resulta que sí. Porque cuando me entregaron el vaso de cartón, en lugar de mi nombre mal escrito (Rashel, Reichel, Reishel, lo de siempre), tenía escrito:

"Para la mitad de #RachiBoss."❤️

Quise derretirme ahí mismo como un frappé olvidado al sol.

El barista, un chico con barba hipster y tatuajes de planetas, me sonrió con complicidad.

--Tu chico viene seguido--me dijo, como si compartiera un secreto jugoso.

--¿Mi qué?

--El de la camisa manchada del video. Te tiene una mesa reservada, es la del rincón.

Y ahí estaba, mi jefe. Sentado, tranquilo, con su laptop abierta y una sonrisa maliciosa al verme.

Yo no sabía si reír o gritar, solo forcé una sonrisa y caminé hacía la mesa

--¿Qué... qué haces aquí?

--Trabajo mejor con un buen café--respondió, como si fuera lo más natural del mundo-- Además, al parecer somos clientes VIP.

El barista nos tomó una foto. Yo intenté detenerlo, pero ya era tarde: otro post más para el tren de #RachiBoss.

La foto se volvió tendencia en menos de una hora.

"El amor se huele en el café ☕ ❤️ #RachiBoss."

Eloise, obviamente, no tardó en llamarme.

--Amiga, ¿¡Me puedes explicar por qué tienes cara de secuestrada en tu supuesta cita romántica!?

--Porque no fue una cita. Fue una emboscada.

--Ajá, ajá... Emboscada en el cafetería, con miradas intensas y poses de catálogo. Ya

Lo peor fue que los comentarios eran imposibles de ignorar:

@Anne1023: "Míralos, hasta combinan outfits."

@Danna2927: "Ese es el look de alguien que está negando un amor épico".

@Luna2006: "¿Cuándo anuncian la boda?"

Yo quería cavar un túnel y mudarme a otro país.

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Creí que nada podía superar la vergüenza del café, error. Esa misma semana, recibí un correo de confirmación de una reservación para dos personas en un restaurante italiano carisimo. El correo estaba a mi nombre.

--Yo no hice esto--murmuré en voz alta.

En eso, mi jefe apareció por detrás con su bendita calma.

--Ya confirmaron nuestra mesa. A las ocho.

--¿¡Qué!? ¿Tú la hiciste?

--No, fue un fan. Al parecer ahora hasta nos regalan cenas.

Y así, por algún motivo absurdo, terminamos en un restaurante elegante, rodeados de velas y camareros demasiado atentos.

Yo insistía en que era una locura. Él solo sonreía.

--Tranquila, Heaven. Considera esto... Una prueba de campo.

¿Prueba de campo de qué? ¿De cuánto podía resistir antes de lanzarle la ensalada encima? ¡Vaya! Si que le gustaba arriesgar su integridad.

Lo más extraño fue que, entre plato y plato, me descubrí riendo. Él tenía anécdotas ridículas de cuando trabajaba en agencias en Nueva York: campañas que salieron mal, clientes que exigían "hacer viral algo de manera orgánica" gomo si se pudiera ordenar.

Yo terminé contándole mis citas fallidas de apps: El tipo que llevó a su mamá al encuentro, el que me pidió prestado para el taxi de regreso, y el que me preguntó si me interesaba "unirme a su pirámide ".

Nos reímos tanto que olvidé por un momento que todo esto era un desastre público.

Hasta que, por supuesto, alguien nos reconoció. Una chica de la mesa de al lado de levantó con discreción cero y dijo:

--¡Son ustedes! !Los del #RachBoss! ¿Me dejan tomarme una foto con ustedes?

El camarero no tardó en grabarnos brindando, otro video. Otra ola viral.

En el taxi de regreso, el silencio pesaba. Yo estaba furiosa conmigo misma por haber disfrutado la cena. Él me miraba con esa expresión que parecía leerme la mente.

--No lo niegues, Heaven. Lo pasaste bien.

--¡No era una cita!

--Claro que no. Fue... Un experimento.

Me giré hacia la ventana, rezando para que el conductor fuera sordo y no escuchara nada.

--Tus experimentos me están arruinando la vida.

--¿O mejorándola?

Lo odiaba. Odiaba cómo cada palabra suya me desarmaba por completo.