Padre e hija

Estaba dormido en mi cuarto cuando escuché que tocaron la puerta. Supe de inmediato quién era; era obvio.

—¿Qué pasa, cariño?

—Papá, no puedo dormir. Necesito alguien que me abrace.

Una mirada de ternura estaba reflejada en el rostro de Gregorio mientras le abría los brazos para abrazarla.

—Sabes que mis abrazos son eternos, ven aquí con papá.

Los abracitos de su padre eran como un refugio y una cueva donde podía esconderse para sentirse segura.

—Pronto será tu cumpleaños... ¿Qué quieres que te regale?

—Lo único que quiero es que ese día no tengas trabajo, y que no me tengas que quedar sola aquí. De resto, no quiero nada más.

Gregorio se quedó en silencio y luego le acarició el cabello.

—Sabes que no solo eso será mi regalo, pero sí me quedaré contigo ese día. Es muy especial para trabajar.

—Gracias, papá...

—Muy bien, campeona. Hora de dormir, porque mañana tienes escuela.

—Papá, es sábado...

—Gracias a Dios. Entonces, mañana veremos un maratón de películas, y espero que no elijas Chucky como siempre.

—¿Bromeas, papi? Tengo que ver la serie de Chucky. Ya vi las películas.

Gregorio puso los ojos en blanco y soltó un suspiro de resignación y frustración al mismo tiempo.

—¿No puedes ver otra película que no sea esa? ¿O es que Chucky es especial o algo?

—Sí, Chucky es el mejor muñeco de las películas de terror.

—La verdad, Anabel es mejor... Da más miedo y...

—Y es aburrida y simple. Chucky es mejor, al igual que Tiffany y Glen. -Se ríe-. Bueno, bueno, ganaste. Mañana iremos por palomitas y después veremos películas todo el día. El sábado no es para limpiar. Solo es para jugar.

—Ja. Ya verás cómo después de ver unos capítulos de la serie, te gano en una ronda de Mario Bros.

Ambos se rieron y se abrazaron al mismo tiempo, sintiendo todo su amor de padre e hija.