Capítulo 8.

Se sintió desesperada por lo que miró a todos buscando a alguien que también hubiera dado con lo mismo, pero nadie parecía haberlo descubierto o al menos tener la intención de decir algo.

―Hay un vacío entre dos turnos ―susurró Pitu a Teo.

― ¿En serio? ―la miró perplejo.

―Fíjate en la fila cuatro y cinco.

Se quedó Teo unos minutos callado quien sólo afirmó con su mano, a lo que Pitu se sintió frustrada, decidiéndose en levantar su mano para tomar la palabra.

― ¿Qué pasa ahora? ―preguntó Santiago mostrándose fastidiado.

―Hay un vacío entre dos turnos.

Pitu odió el silencio sepulcral que se formó con todos quienes lo observaron a él y luego a ella seriamente.

―Preguntas al final ―sentenció Santiago con la quijada tensa.

―No es pregunta.

―Bien, comentarios al final.

Por su mirada, ella supo que se había molestado y consideró que quizás sería mejor comentárselo a solas, no en frente de todos al final como lo había indicado.

Y al terminar su charla que Pitu escuchó atentamente, no solo porque ya había comentado en algo su punto sino porque sabía que tendría que tener fundamentos a lo que hiciera ver el error, porque podría ser que quizás solo lo dijo o transcribió mal, siendo un pequeño alcance, no un vacío.

―Preguntas ―dijo él atento a todos.

Nadie dijo ninguna palabra, cosa que la sorprendió, pues salvo que todos hubieran sabido con anticipación lo que él diría no tendrían preguntas.

―Comentarios ―y resopló molesto.

Pitu dudó por algunos segundos en levantar su mano, pues consideraba verlo con él a solas mejor.

―Comentarios ―reiteró al mismo tiempo que casi clavó su mirada molesta en ella―-. ¡Hey, Campanita!, me interrumpiste y ¿ahora no tienes el comentario?

Sintió casi en cámara lenta como su propio rostro se desfiguraba, ¿la había llamado Campanita?, se preguntó casi irritada Pitu.

Y notó que era cierto cuando escuchó a varias personas riéndose por el apodo.

―Te lo pensaba decir personalmente, pero ya que insistes, hay un vacío entre dos turnos―señaló casi apretando sus dientes para que no saliera toda su molestia.

― ¡Imposible, Campanita! ―reiteró el apodo.

Él la advirtió que la cara de pocos amigos se debía en gran parte porque no le agradó su descubrimiento de su similitud con Campanita, la del cuento, tanto por el color de su cabello, su cara y el tipo de peinado que usaba habitualmente, se sintió casi satisfecho internamente.

―Totalmente posible, fila cuatro y cinco ―sentenció ella casi bostezando.

Todos se fijaron en la pizarra y comenzaron a sacar cálculos hasta terminar en unos interminables susurros, mientras, él revisó sus anotaciones junto a Facho quien la miraba casi divirtiéndose con la escena de verla estirar sus brazos levantándose del asiento.

― ¿Dónde crees que vas, Campanita?, no puedes solo irte ahora que has hecho tu comentario.

―En teoría si me puedo ir, porque es un comentario y no una pregunta que espera respuesta.

La cara de Santiago se mostró descompuesta al dar con lo obvio y Pitu se dio cuenta que el comentario la llevaría a una discusión.

―Estás en lo cierto, Campanita ―y su voz se tensó―. Pero, ahora todos esperamos tu solución, porque si diste con el detalle del error, también tienes la respuesta o ¿sólo te dedicas a ver errores?

Si no estaba molesto, lo disimulaba bastante bien. Por lo que ella se acercó, le estiró la mano como si quisiera que le pasara los marcadores de pizarra, cosa que él se lo pasó casi de mala gana y así Pitu comenzó a escribir en un costado las dos filas, detectando el vacío y dos soluciones que se le ocurrieron al paso.

―Listo ―se giró atónita cuando observó que todos parecían observarla casi compadeciéndose de ella―, ahí tienes dos soluciones.

― ¿Es broma? ―preguntó desencajado.

―No ―respondió segura de sí misma, obviando las miradas de los demás.

Santiago la sujetó del brazo y la hizo seguirlo hasta una bodega detrás de la cocina, cerró la puerta, encendió la luz y le lanzó su habitual mirada molesta.