Capítulo 10: Bajo la Luz de las Camelias

La iglesia de San Elric, escondida entre jardines silvestres y columnas antiguas, olía a madera y flores frescas.

No había multitudes.

Solo unas pocas personas cercanas.
Su prima Clara, fiel y emocionada.
El Reverendo Hawthorne, viejo amigo de la familia.
Y el viento, que parecía traer perfume de camelias.

Arabella entró del brazo del reverendo, sin velo, pero con una corona de camelias entrelazadas en su cabello.

Vestía un diseño suave, blanco perla, con mangas ligeras y espalda abierta.
Irradiaba libertad… y decisión.

Alexander, de pie en el altar, vestía sobrio pero elegante. Había elegido no llevar capa ni guantes, como símbolo de un hombre sin máscaras.

Cuando la vio caminar hacia él, contuvo el aliento.

No porque fuera hermosa —que lo era—
sino porque lo estaba eligiendo, allí, frente al cielo y la tierra,
sin escándalo, sin dudas.

El sacerdote sonrió al verlos tomarse las manos.

—No hacen falta muchas palabras —dijo con ternura—.Porque ustedes ya se han elegido… Solo vengo a bendecir lo que el amor ya selló.

—Arabella Moore —dijo Alexander.—prometo honrarte no como una dama frágil,
sino como la fuerza que me salvó.

Ella sonrió.

—Alexander Ravenford,
prometo amarte no solo en la calma,
sino en cada tempestad que aún quede por venir.

Los anillos brillaron a la luz de los vitrales.

Las campanas repicaron.

Y cuando el sacerdote declaró:

—Yo los declaro marido y mujer…

Arabella no lloró.

Solo cerró los ojos y sonrió.

Porque al fin, ya no era una promesa.

Era su realidad.

Después de la ceremonia, caminaron por el jardín de camelias donde todo había comenzado.

Arabella tomó su mano y le dijo al oído:

—Ahora sí…
esta historia tiene un final digno de ser contado.

Alexander la besó suavemente.

—Y un principio que aún no hemos escrito.