Una esposa en apuros

Jade sintió que el aire abandonaba sus pulmones.

—¿Qué dijiste?

Rohan sonrió con diversión maliciosa.

—Lo que oíste, esposa.

—¡No me llames así!

—Pero lo eres. Y será mejor que te acostumbres.

Jade sintió cómo la rabia le subía por la garganta, pero antes de poder estrangularlo con sus propias manos, Rohan se giró y salió de la habitación.

—¡Espera! —gritó, corriendo detrás de él.

Pero la puerta se cerró en su cara.

—¡Maldito seas, Rohan! ¡Esto es secuestro! ¡Voy a demandarte!

Del otro lado de la puerta, la risa de Rohan fue lo único que escuchó.

—Buena suerte con eso, cariño.

"Cariño".

—¡Grrrrr! —gruñó, dándole una patada a la puerta.

Ahora sí estaba en problemas.

Horas después, Jade se encontraba tirada en la cama, con cara de funeral, mientras miraba el techo con una expresión de odio puro.

—Esto es un maldito secuestro.

De repente, la puerta se abrió de golpe.

—¡Ah, por fin te dignas a dejarme salir! —Jade se incorporó con furia.

Pero no era Rohan.

Era un hombre mayor, con lentes y un traje impecable.

—Señora Sinclair, el señor la espera para desayunar.

—¿Quién diablos es el señor Sinclair?

El hombre parpadeó.

—Su esposo.

Jade sintió un tic en el ojo.

—Ese hombre tiene nombre y es "Bastardo".

El hombre contuvo una sonrisa y le hizo un gesto hacia la puerta.

—¿Vendrá por su cuenta o prefiere que el señor venga a buscarla?

Jade sintió un escalofrío.

—Ya voy.

Jade entró con el ceño fruncido, lista para gritarle a Rohan, pero cuando vio la mesa llena de comida gourmet, su estómago traicionero rugió.

Rohan la miró con diversión.

—Parece que alguien tiene hambre.

Jade se cruzó de brazos.

—No pienso comer nada de esto.

Su estómago rugió de nuevo.

Rohan arqueó una ceja.

—Parece que tu cuerpo opina diferente.

Jade apretó los dientes y tomó un pan con furia.

—Esto no significa que acepte este matrimonio.

Rohan sonrió con suficiencia.

—Lo que digas, cariño.

Jade sintió el impulso de lanzarle la taza de café a la cara, pero se contuvo.

Esto era una guerra.

Y ella no iba a perder.