Catalina
–Nunca me dijiste que era tan guapo –dijo Sarah viendo a Eduardo alejarse.
–No lo es, sólo está de buen ver.
–Sí pero yo ya habría caído ante él. Si le dieras la oportunidad…
–¿Qué oportunidad Sarah? ¿Qué estás diciendo?
–Catalina se muere por ti. ¿Por qué vendría a una fiesta de gente menor que él?
–Porque su amigo lo invitó tal vez. Además, ¿qué tendría que ver él en mí?
–¿Quieres que te diga las mil razones que hay?
Hice cara de pensativa, con el dedo índice en mi barbilla y mirando hacia algún lado.
–No, mejor voy a buscar más de esto.
Le di mi vaso y me fui a la cocina a buscar más de la bebida sabor cereza. Mientras buscaba en la mesa, alguien me tomó de la cintura haciendo que me asustara. Me giré de golpe y sonreí de alivio.
–Si me lo preguntas, me gusta más este que sabe a kiwi –me dijo Eduardo dándome un vaso.
–¿Tiene limón?
–Creo, no me puse a leer los ingredientes.
Me reí ante su comentario y serví dos vasos, uno para mí y otro para Sarah.
–Hueles a cigarro –dije mientras me llegaba el olor.
–Sí, Carlos me dio uno allá afuera.
–Así que también fumas.
–No siempre, me gusta pero no para hacerlo diario.
–Igual te sienta bien el olor.
¿Qué estaba diciendo?
Sin duda era efecto del alcohol en mi organismo.
–¿Ah sí? –soltó en tono burlón ante mi comentario.
–Ignora todo lo que diga de ahora en adelante.
Caminamos entre las personas en busca de Sarah, cuando la vi, estaba con un chico, platicando o coqueteando, algo que solía hacer ella. No la culpo, si tuviera su apariencia y su atractivo también lo haría.
–Creo que iremos por allá –señalé el lado opuesto de nuestra dirección– no quiero interrumpirla.
–Como quieras, podemos ir afuera donde no hay tanta gente.
–Seguro, cualquier lugar está bien.
Salimos al frente de la casa, no había tantas personas y buscamos un lugar donde sentarnos. Comencé a beber del líquido verde, éste sabía más dulce y que estuviera frío hacía que tuviera un mejor sabor.
–Estas bebidas son las más peligrosas –solté mientras hacía girar mi mano para que los hielos chocaran entre sí.
–¿Por qué?
–No sé cuántas llevo, me las tomo como si fuera jugo y ya me siento mareada –solté entre risas– pero aun así quiero más.
–No creo que sea buena idea Catalina.
–Cata.
–¿Qué?
–Soy Cata, si me dices Catalina suena como si me regañaras. Además, ya eres más mi amigo que enemigo.
–Veremos si mañana dices lo mismo.
Seguí riendo como estúpida, no había dicho nada que diera gracia. Me recargué en su hombro y cerré los ojos unos segundos esperando que mi visión se enfocara más.
–¿Por qué bebes así?
–¿Así cómo? –solté levantándome de su hombro.
–Sin contar la cantidad de lo que tomas.
–No lo hago seguido, además, así es como se olvidan las penas. Es como si mi cerebro desconectara la parte seria y responsable que tengo.
–¿Cuándo empezaste a hacerlo?
–Cuando mi hermana se fue, yo tenía trece años, ella ya tenía veintiuno. Peleó con mi papá, ella lo amenazó con irse, no le creyó y un día que llegué de la escuela sus cosas ya no estaban.
–¿Desde los trece tomas alcohol?
–No, tal vez poco después de cumplir quince. Cuando mi papá me exigía tantas cosas, que fuera alguien en la vida, que estudiara, que mis calificaciones fueran las mejores, que Catalina esto, Catalina aquello. Poco a poco fue moldeando la Catalina que no pudo conseguir en su hija mayor.
–¿Y tu hermano?
–Ya tiene la vida resuelta –dije mientras me secaba las lágrimas que habían salido de mis ojos– Miguel no se tiene que preocupar por nada, y sabes, de alguna forma eso me ha hecho más fuerte.
–Desde los quince años has hecho lo que tu papá quiere, ¿cuándo piensas hacer lo que tú quieres?
–Cuando no dependa de él, en ningún sentido, tengo 17 años, no puedo sólo irme como lo hizo mi hermana, no tengo con qué ni a donde irme. Y el día que lo logre, seré la persona más feliz en la Tierra.
Sin darme cuenta ya me había bebido los dos vasos, iba a ir por otro pero Sarah llegó hasta donde estábamos.
–Cata me tengo que ir, ¿quieres que te lleve a tu casa?
–Yo la puedo llevar –se ofreció Eduardo antes de que pudiera contestar.
–Te lo agradezco tanto, me avisas cuando llegues por favor.
–No vas para tu casa ¿cierto?
–Shh… –hizo el gesto colocándose el índice en los labios. Luego sólo dijo adiós con la mano y se fue hasta su auto.
Eduardo y yo nos miramos y nos reímos ante la situación.
–Si no hubiera estado yo…
–Tal vez los habría esperado en el auto afuera de un hotel.
–Tonta –me golpeó con su hombro sin fuerza y se comenzó a reír.
–¿Nos vamos ya?
–¿A un hotel?
–¡No seas idiota!
Le dije entre risas, caminamos hacia donde estaba el auto de Eduardo, llegamos a un restaurante de comida rápida, pedimos unas hamburguesas y cenamos ahí. Luego manejó hasta mi casa.
–Bien, llegaste, sana, salva y sin hambre.
–Gracias por las hamburguesas.
–Lo hice más por mí que por ser cordial.
–Claro. Supongo que te veo el lunes.
–Supongo que sí.
Ambos nos miramos, hubo un silencio pero no se sintió incómodo. Busqué con la mano la puerta y la abrí, aun mirando a Eduardo. Me bajé y cerré la puerta, caminé hasta las escaleras de la entrada y comencé a subir los escalones.
–¡Catalina! –gritó Eduardo mientras se bajaba de su auto y corría hacia mí.
–¿Qué sucede?
–Tu celular –extendió su brazo y me entregó el dispositivo.
–Ah, claro… Ya lo perdí una vez, no sería sorpresa si sucediera de nuevo. Gracias.
–Nos vemos el lunes.
Caminó de regreso, subió a su auto y yo sólo me despedí diciendo adiós con la mano. Entré a mi habitación y me quedé dormida hasta el día siguiente.