El arte de recordar tus besos.

Trece

Catalina

Regresé a mi habitación, seguía sin creer lo que había pasado en todo el día. Sentía que en cualquier momento iba a despertar.

Cuando me acosté en mi cama recibí una llamada de Sarah.

—¿Dónde demonios estás Catalina Villarreal? —me dijo desde el otro lado de la línea.

—Te tengo que explicar muchas cosas.

—Pues te escucho. Ya le mentí a tu mamá por quinta vez y espero que valga la pena.

—Estoy en la playa —respiré para soltar lo siguiente— con Eduardo.

—¿Qué haces allá? ¿Cómo sucedió? ¿A qué fueron?

—Sarah déjame explicarte por favor.

Y le conté que me llevó a comer, que le dije que quería ir a la playa, omití las razones del por qué, que cuando ella me dejó en la entrada en lugar de entrar a la universidad entré a su auto para tomar un viaje de seis horas.

—¿De verdad hizo todo eso?

—Y no es todo.

—¿Qué pasó?

—Me... besó

Escuché un grito por el teléfono, muchos gritos de hecho, escuché a mi amiga diciendo tantas palabras que no entendía.

—Cata ¿en qué momento un chico entró en tu vida y rompió todas las reglas que tenías?

—Sarah esto es serio, me siento mal.

—¿Por qué tendrías?

—Porque tal vez me gustó.

—Eso es normal, que comiences a sentir cosas por él, que te sientas atraída. Que te bese y te guste. Es parte de ¿enamorarse?

—Es que eso es lo que no quiero, tú bien sabes que tengo planes y enamorarme no está entre ellos.

—Y ¿no puede ser él quien te haga cambia de opinión? Que haga que olvides esos planes.

Lo pensé, por un momento me metí la idea de que podría olvidar todo lo que llevaba planeando desde hace un año.

Nadie había detenido mis planes, la relación que tenía con mis papás no me ayudaba, ni siquiera Miguel, que me quería y protegía tanto. O Sarah, que siempre estuvo para mí en cualquier pelea, a pesar de no saber el motivo de ellas.

Eduardo no tenía por qué ser quien me hiciera cambiar de opinión. Y aunque le hice el comentario sin tantos detalles, me apoyaba en algún día alejarme de mi familia.

—Sarah me tengo que dormir, te veo el lunes.

Colgué, me quedé viendo al techo por mucho tiempo, no podía dormir, salí al balcón que tenía la habitación, veía las olas chocar con la arena y después se perdía el mar en lo oscuro de la noche. Entre las 3 o 4 de la mañana logré dormirme. No descansé porque a las 9 ya tenía a Eduardo tocando la puerta.

—Las personas quieren dormir ¿sabías? —le dije cuando abrí la puerta.

—Dormí bien, gracias por preguntar. Aunque veo que tú no.

—Existe el insomnio.

—Existen los pensamientos más bien. Pero ese ya es otro tema. Vístete que vamos a salir.

—¿A dónde?

—¿Estás en la playa y cuestionas el que te lleve a salir?

Rodé los ojos, me metí al cuarto de baño para alistarme, una vez estuve lista salimos hacia el centro, visitamos distintos lugares, compramos varias cosas, comimos en un restaurante y debo decir que la comida estaba exquisita. Todo el día estuvimos de paseo, incluso fuimos a un acuario que estaba cerca.

Regresamos antes de que cayera la noche al hotel, subimos a las habitaciones para dejar las bolsas con las cosas que traíamos.

—Te vengo a buscar en una hora —dijo Eduardo.

—¿A dónde vamos?

—A cenar, por eso te hice comprar el vestido.

—¿No te parece muy formal?

—El restaurante es algo formal.

No me dejó contestarle pues se metió a su habitación. Yo me quedé parada tratando de analizar lo que pasaba. Entré a mi habitación, tomé un baño, salí y dejé secar mi cabello mientras me maquillaba. Una vez terminé pasé a peinarme, no tenía ni idea de qué hacer, al final solo me amarré parte del cabello en la nuca y lo que quedó suelto le pasé crema para peinar y quitar lo esponjado.

Me quedé viendo al vestido, como si fuéramos rivales, dudé en tomarlo, lo alcé y analicé. Ya no tenía otra opción porque cinco minutos después Eduardo ya estaba llamando para apresurarme. Me lo puse, era de color negro, de tirantes con un corte cuadrado del escote, me quedaba arriba de la rodilla, la tela era algo brillosa, se ajustaba a mi cuerpo perfectamente. Me miré al espejo, la última vez que me había visto así fue para una cena importante de papá, todo iba bien hasta que noté que no podía subirme la cremallera por la espalda.

Traté y traté pero fue en vano, mi única opción estaba del otro lado de la puerta. Me coloqué los zapatos también negros y con poco tacón, caminé hasta la puerta, cerré los ojos, respiré y la abrí.

—Tengo un problema —asomé sólo la cabeza.

—¿Qué pasa?

—No puedo cerrarlo por la espalda.

—Te ayudo —entró a la habitación— date la vuelta.

Me giré, él se acercó hasta mí y colocó sus manos en el vestido, giré la cabeza y él desvió la mirada de mi espalda hacia mis ojos, volteé hacia el frente de nuevo.

—Mierda Catalina —dijo.

—¿Pasa algo? —pregunté preocupada.

—¿Por qué te queda tan bien el negro?

Sonreí sin que lo notara. Subió el cierre lentamente, sentía su respiración, mi piel se erizaba cada que avanzaba, me sentía... nerviosa. Me dio un beso en el hombro, otro, y otro, y avanzó hacia mi cuello dejando rastros de sus labios en mí.

—Eduardo —dije en voz baja— ya debemos irnos.

—De repente ya no quiero.

—¿No hiciste reservación?

—Sí, pero si se pierde...

—Ya vamos.

Me aparté de él para buscar mi celular. Respiré y salí del cuarto, él me siguió y salimos hasta el estacionamiento. Fuimos hacia el restaurante, nos llevaron a nuestra mesa y pedimos cuando nos dieron la carta.

—¿De dónde sacaste dinero para pagar todo esto?

—Drogas.

—¿Qué? —me quedé con la boca abierta y el tenedor a medio camino, él comenzó a reírse al ver mi expresión.

—Mentira —calmó su risa— trabajo por las noches en el bar del padre de Carlos, no todos los días pero he juntado dinero.

—Bueno, mejor eso que las drogas.



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En el texto hay: juvenil, romance, novela romatica

Editado: 06.05.2022

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