Salió con el bañador puesto que solo estaba cubierto por un short de mezclilla y hacía que la parte de arriba pareciera una blusa. Sus tenis blancos y una banda roja con diseño en su cabeza.
—¿Esos son juguetes para la arena? —dijo señalando la bolsa que traía en la mano.
—Sino cómo vamos a hacer los castillos.
—Hablaba en metáfora.
—Tal vez tengas que hacerlo para sanar y ser feliz.
Sonrió, salimos del hotel y cruzamos la avenida para llegar hasta donde comenzaba la playa, empezamos a caminar y Cata se paró a quitarse los zapatos. Al sentir la arena en sus pies cerró los ojos y respiró profundamente, como si tratara de memorizar todo en ese momento.
Seguimos caminando hasta llegar a donde las olas chocaban con la arena, dejamos que el agua nos mojara los pies, ella comenzó a jugar salpicándome a propósito. Se reía cada que me caía agua en los ojos, poco a poco comenzamos una pelea entre los dos.
Durante toda la tarde estuvimos ahí, construimos varios castillos con ayuda de los juguetes, y una vez que tuvimos los suficientes, los comenzamos a destruir, en cada uno destruía un miedo, una razón que me había hecho mal, el abandono de mi papá, la lejanía de mi mamá.
Ella destruyó todo lo que me contó, dejó salir a la niña con sueños que alguna vez fue, escondió a la Catalina de 17 años por unas horas, y fue feliz, lo supe en cuanto la vi sonreír de una manera que no lo había hecho, cuando sus ojos reflejaron alegría y lo sentí en ese abrazo que me dio una vez que terminamos. Ese abrazo como forma de agradecimiento.
Ambos sanamos todo lo que nos hacía daño, tuvimos ese poder, destruimos lo que alguna vez nos impedía ser mejores personas, los muros que llegamos a construir.
Al llegar la puesta del sol ya nos encontrábamos sentados viendo hacia el mar, regalamos los juguetes a unos niños que se habían acercado con nosotros a jugar.
—Gracias —me dijo Catalina— por haberte tomado el tiempo de hacer todo esto. Por comprenderme y no juzgarme.
—Gracias a ti —se giró hacia mi viéndome confundida— por existir y cambiar mi forma de pensar y mi perspectiva hacia la vida.
—Tú me lo dijiste, las personas tienen un ciclo y propósito en nosotros, no las conocemos por casualidad.
—Y sé que tú sumarás más cosas a mi vida.
Nos quedamos viendo, sonriendo el uno al otro, el sol se reflejaba en su rostro y hacía que sus ojos marrones se vieran más claros que de costumbre, que su cabello negro brillara y se tornara de un azul oscuro, que su piel brillara con el reflejo de la luz. Y fue en ese momento que sucedió, la besé, la manera en la que mis labios encontraron a los suyos, como si fueran piezas que encajaban perfectamente. Los movimientos se sincronizaban, mordí su labio inferior con muy poca fuerza, sentí su mano subir por mi cuello hasta llegar a mi cabello, mientras yo la tomaba de la cintura acercandola más a mi. No nos importó si nos veían, si alguien nos reclamaba, seguimos el beso con la misma velocidad hasta que nos separamos por la falta de aire que teníamos.
Y ese fue nuestro primer beso, al día de hoy lo sigo recordando, me duele recordar sus labios, el sabor a frutas que tenía por el bálsamo que usaba. Recuerdo cada centímetro de ellos, la suavidad que tienen y lo peligroso que solía ser besarla sin tener control de nosotros mismos. Ahí, en nuestro primer beso, comprendí que ella era arte, que lo sigue siendo, y que es lo que me queda de ella, el arte de recordarla, de recordar su risa, sus besos, sus caricias.
—Lo siento no debí hacerlo —le dije cuando nos separamos.
—No te preocupes, suele pasar, creo.
—Creo que deberíamos irnos, ya está empezando a anochecer.
—Sí, me tengo que ir a duchar.
—Bueno, vamos.
Me levanté y recogí todo lo que llevábamos, la ayudé y empezamos a caminar. Regresamos al hotel, subimos hacia nuestro piso y avanzamos hasta nuestras habitaciones, todo el momento en silencio. Entré, busqué ropa y me bañé para quitarme toda la arena que quedaba. Me quedé bajo el agua pensando y analizando lo que había pasado; no me arrepentía, porque me había gustado y a ella también, pero tal vez no había sido el mejor momento.
Salí del baño, me cambié y me recosté viendo mi celular. A los minutos escuché la voz de Catalina del otro lado de la puerta.
—Eduardo.
—¿Qué sucede? —le dije abriendo la puerta.
—¿Quieres bajar a cenar?
—La verdad no tengo hambre. Pero si tú quieres te puedo acompañar.
—No, sólo quería ver si tú querías. Descansa entonces.
Se giró y antes de que comenzara a avanzar la frené tomándola del brazo.
—Cata, lo siento si te incomodó lo de hace rato.
—No, en serio que no pasa nada.
—No quiero que eso arruine...
—Eduardo de verdad —me interrumpió— no va a arruinar nada.
—Bien, hasta mañana.
Se acercó hacia mí y me dio un beso en la mejilla, luego salió del cuarto y entró al suyo. Me quedé congelado tratando de entender, pero no había nada, lo había hecho porque quiso. Cerré la puerta y me metí a la cama para después quedarme dormido hasta el día siguiente.