Estaba afuera de mi auto, frente a la casa de Catalina, el sol apenas se estaba escondiendo y hacía que el cielo tomara colores rojizos.
Alcé la mirada cuando escuché pasos hacia mí. Era ella, con un vestido negro, en una mano traía un bolso y en la otra su chaqueta, se veía totalmente distinta a días anteriores, no sabía cuánto me gustaba hasta ese momento. Sonreí al verla y la abracé.
—Feliz cumpleaños —dije durante el abrazo.
—Tal vez sí me guste cumplir dieciocho. Gracias.
—¿Me quieres matar acaso?
Me miró con cara muy confundida.
—¿Fue a propósito comprar un vestido negro?
—Fue idea de Sarah de hecho.
—Supongo que le tendré que agradecer.
Sonrió y se acercó, dudó por unos segundos y después tomó el impulso de besarme rápidamente.
—Me gustas —solté sin más.
—¿Lo dices por el vestido?
—No necesitas un vestido para gustarme, me gustas desde que me ignoraste el día del entrenamiento, desde que llegaste con el cabello negro y mojado. Incluso me gustas desde que comenzaste a odiarme.
—¿Sabes desde cuando me gustas? Desde que tuve miedo de que me rompieras el corazón, desde que me escuchaste y notaste el más mínimo cambio que había en mí.
La abracé, tan fuerte como si sintiera que iba a desaparecer en cualquier segundo. Ella hundió su cara en mi cuello, alcé la vista y vi a su amiga en la entrada principal, sonrió y levantó ambos pulgares, después regresó adentro.
Comencé a manejar hasta el restaurante donde había reservado, poco a poco iba oscureciendo. Llegamos y entramos al restaurante, todo era color blanco y los detalles eran color negro y gris, estaba muy iluminado y en silencio, sólo con la música que había de fondo, se escuchaban los murmullos de las personas platicando. Nos llevaron hasta nuestra mesa y esperamos a que trajeran la cena.
—Te digo algo curioso.
—Todo lo que me dices es curioso —le respondí— pero te escucho.
—Qué falta de respeto. Como sea, lo curioso es, que ya llevamos más de dos meses hablando, ya fui contigo a la playa...
—Falta que duermas conmigo solamente.
—Eso no va a pasar y no me interrumpas. Prácticamente hemos pasado mucho tiempo, y no sé muchas cosas sobre ti.
—Claro que sí, sabes más de lo que deberías.
—Claro que no. ¿Qué cosas sé? Que vives con tu mamá, que tu cumpleaños es en enero y te gusta leer y el fútbol.
—Eso es saber mucho, además, creo que sé lo mismo de ti. Tampoco es que me hayas contado tanto de tu vida.
—Mi vida es muy aburrida, ¿por qué querrías saber algo más?
—Bueno, supongo que tú tampoco quieres saber más cosas.
—Bien —rodó los ojos— podemos comenzar.
—Me presento entonces —extendí la mano hacia ella— soy Eduardo Josué De Luca, llámame solo Eduardo y por lo que más quieras, nunca uses algún diminutivo.
—¿De Luca? Eso no es... ¿italiano?
—Nunca investigué el origen, ¿puedo continuar? —asintió— cumplo veinte años el quince de enero, no tengo hermanos, de niño le tenía miedo a las arañas y mi cosa favorita era un videojuego que me acompañó hasta que tuve doce años. Y podría decir más cosas pero no quiero decir todas de una vez. ¿Qué hay sobre ti, Catalina?
Se acomodó en su silla, alejó el plato de ella y bebió de lo que había pedido. Se tomó un tiempo, sonrió y después, me miró a los ojos para comenzar.
—Bien, mi querido Eduardo. Estás a punto de conocer a la pequeña Giselle Catalina.
—Un momento —la interrumpí muy asombrado— ¿te llamas Giselle? ¿Cómo es que nunca te presentas con ese nombre?
—¿Me dejas hablar? —hice una seña de que continuara—. Gracias. Recuerdo que de niña amaba mi primer nombre, me gustaba tanto que me llamaran así. Pero, Giselle es una niña con sueños, que disfrutaba jugar con su hermana a las muñecas, le gustaba siempre despertar y comer una de las galletas que preparaba junto a su mamá cada fin de semana. Adoraba ir al parque a montar bicicleta junto a sus hermanos y su papá. Tenía una mascota, una cachorra de color negro, con orejas largas y de color miel, amaba llevarla en el automóvil de sus papás y verla sacar la cabeza, se ponía tan feliz cada que sus orejas volaban por el viento.
—¿Giselle es... la niña que tuve en la playa aquella tarde?
—Y Catalina es a quien conociste y con quien llevas una relación un poco extraña. A mí me gusta el dibujo, la música y el café todas las mañanas, me gusta viajar porque en cada lugar que visito dejo una parte de mí. El sueño que tiene Catalina es dejar rastro de ella en cada rincón, que recuerden lo valiente que fue, que las personas que la conocieron aquí sepan lo que logró en menos de veinte años.
—¿Y qué has logrado?
—Vamos.
Pidió la cuenta, pagué y nos subimos al auto. Comenzaba a hacer frío, ella se puso su chaqueta, buscó en el navegador una dirección y yo seguí las indicaciones que dictaba la voz del celular. Manejé a las orillas de la ciudad, busqué un lugar y estacioné. Bajamos y caminamos hasta llegar al mirador que había, colocó una moneda y comenzó a mover el aparato en distintas direcciones, lentamente hasta que dio con su objetivo.
—Dime lo primero que veas.
Se apartó y yo coloqué los ojos para ver a dónde apuntaba el mirador. Lo primero que vi fue un mural, dos siluetas, estaban de espaldas, a una la rodeaban colores vivos, árboles y pájaros volando, en la otra se veían flores marchitas, ramas de árboles sin hojas y los colores eran grises y azules. En la parte superior del mural se leía la frase “Estamos amarrados a nuestro sufrimiento hasta que decidimos huir de él".
—¿Es tuyo?
—Fue un proyecto en el que participé hace unos años.
—¿Qué significa?
—Que somos dueños de nuestra felicidad. Y sabemos cuando es hora de alcanzarla.
—Deberías estudiar algo que se relacione con esto.
—Quizás. En unos años buscaré opciones. ¿Te puedo preguntar algo?
—Supongo que sí.
—¿Qué significan tus tatuajes?