Capítulo 6 – El Susurro del Bosque

El viento nocturno traía consigo un susurro extraño, como si los árboles mismos hablaran entre ellos. Avanzaba con cautela por el sendero, la linterna iluminando apenas unos pasos delante de sus pies. A lo lejos, entre la neblina, distinguió una figura que parecía flotar sobre la tierra húmeda. Era la bruja del Ávila, con su capa oscura que se confundía con la sombra de los helechos gigantes.

Cada rama que crujía bajo sus pies le recordaba los cuentos que había escuchado de niño: historias de viajeros que nunca regresaron, de luces fantasmales y de risas que se desvanecían en la oscuridad. Avanzó unos metros más, y un perfume extraño y penetrante llenó el aire; un aroma a flores marchitas mezclado con tierra mojada.

—¿Quién anda ahí? —preguntó, intentando que su voz sonara firme, aunque el temblor del miedo le traicionaba.

No hubo respuesta, solo un silencio tan pesado que parecía comprimir el aire mismo. Entonces la vio: la bruja estaba allí, parada junto a un árbol torcido, observándolo con ojos que reflejaban la luna. Sin moverse, levantó una mano huesuda y señaló hacia un pequeño claro, donde algo brillaba débilmente sobre la hierba.

El corazón de Antonio se aceleró. Dio un paso hacia el claro, y allí, entre la hierba húmeda, encontró un viejo libro de cuero, con símbolos que reconocía vagamente de su abuelo, que decía conocer secretos de curanderos y hechiceros. Cuando intentó tocarlo, un escalofrío recorrió su espalda; el libro parecía palpitar con vida propia.

De repente, un grito lejano atravesó el bosque, un sonido que no pertenecía a ningún animal ni a ningún humano. La bruja desapareció entre los árboles, dejando solo el libro y una sensación de que la noche lo había atrapado en un juego que no comprendía del todo. Sabía que aquel libro contenía respuestas, pero también advertencias que podrían cambiar su vida para siempre.