Huracán.

Capítulo cuatro.

—Te creí inteligente, pero no eres más que una niña estúpida —Masculla mirándome de pies a cabeza y suelta una risa fingida— Sigues siendo solo un simple títere.
 

Las cuerdas en mis muñecas me lastiman, la sangre seca que ha caído en el resto mi cuerpo me incomoda, siento la cara inflamada y posiblemente los moretones en mi cuerpo tardarán días en desaparecer.
 

—¿No hablas, cielo? ¿Evan no deja hablar a su zorra? 
 

No deja que intente siquiera abrir la boca cuando nuevamente su puño golpea mi cara, he recibido tantos que ya ni se sienten. Cada parte de mi cuerpo se siente adormecida y estoy a nada de caer nuevamente en la inconsciencia.
 

Hijo de perra.
 

Este gordo asqueroso lamentará haber puesto sus asquerosas manos sobre mí, Evan va a matarlo.
 

—Pregunto nuevamente: ¿Donde está? Exige el desconocido. Como no respondo se acerca tomando mis hombros y sacudiéndome cuestionaba ¿Donde mierda está?
 

Es mi momento de reír. Su desesperación causa un indudable ataque de risa y no puedo parar de mirarlo con burla. ¿Quién es el estúpido ahora?
 

—Dime, si soy solo un títere ¿Qué eres tú? Vienes y me golpeas para intentar sacar información solo porque te ordenaron a ello. —Suelto una pequeña risa irónica y seguidamente tomo aire para mirarlo con asco mientras se aleja un poco de mi.
 

Es un tipo gordo, no pasa de un metro setenta y esta calvo. Su mirada denota el odio y la posible frustración que siente. Mi cuerpo duele de tantos golpes, mi ropa se encuentra rota, me han dado solo agua y pan cada dos días, ando débil pero eso no impide que siga luchando. Llevo una semana aquí y no ha podido sacarme ni una sola palabra. Me han golpeado, escupido e insultado más veces de las que puedo recordar. 
 

Tomo aire y aunque tengo dificultad para hablar esbozo una débil sonrisa y lamo un poco la sangre que se encuentra en mis labios.
 

»¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? —Pregunto burlonamente— Que este títere es útil, que este títere tiene lo que tu jefe quiere, y, que este títere como lo llamas siempre será mejor que tú, pedazo de mierda inservible.
 
 


 

Harper.
  
 

Si tuviera una lista de las cosas que quiera evitar entre ellas estaría: La resaca, las mentiras y las malditas multas. Creo que sería lo principal en ella, pues hay muchas cosas que me gustaría evitar. Miro detenidamente el papel entre mis manos y siento ganas inmensas de romperlo.
 

Estúpidas multas de mierda.
 

Voy tarde, —como siempre— al trabajo. Así que estoy pensando en una excusa que sea lo suficiente buena como para que Oliver me deje pasar el retardo hoy.
 

¿Si le digo que murió mi abuela me cree?
 

No, no, no, muy usada.
 

¿Y si le digo que atropelle a un perro y tuve que correr para llevarlo a un veterinario?
 

Demasiado rebuscada. 
 

¿Puedo inventar que arrolle a un anciano y estaba en el hospital?

El exceso de ideas estúpidas es malo para la salud.

Oh, ¿Y si le invento que tuve que llevar a una embarazada que encontré en la carretera de urgencia al hospital?
 

Demasiado pendeja.
 

El resto del camino pensando en cosas estúpidas, cuando me di cuenta ya estaba llegando a mi lugar de trabajo. Al estacionar, bajo del auto apresurada y me encamino en dirección al ascensor, saludo al de seguridad que me mira extrañado antes de darme un "buenos días" y sigo mi camino. 
 

Puedo decir que estaba en el funeral de mi gato. Quizá sea mejor que lo de la embaraza.
 

Al momento en que el ascensor abre sus puertas lo primero que noto es el silencio que hay en el piso, me encamino a mi lugar sin prestar atención y en medio de ello veo que el puesto de Adam está vació.
 

¿Que mierda?
 

Miro el reloj en mi mano y más confundida no puedo estar.
 

Falta casi quince minutos para las nueve de la mañana, miro a mi alrededor y no hay nadie. 
 

Paso de mi escritorio y paseo por el resto del lugar para encontrar lo mismo: Absolutamente nada, no veo a nadie en este lugar.
 

Esto es decepcionante, parece una maldita broma de mal gusto. Me devuelvo a mi lugar y me siento. Después de quince minutos sin hacer nada y de llamar sin descanso a Adam sin obtener respuesta alguna me levanto dispuesta a ir por un café. Cuando ya obtengo mi querido y no muy amado acompañante de vida recibo —por fin— una respuesta y al leerla me doy cuenta de que en realidad soy o muy distraída o muy idiota.
 

"¡¿Que mierda?! ¿Que haces jodiendo un domingo a las nueve de la mañana? Déjame dormir"
 

Repito: O muy distraída o muy idiota.
 

Esta mierda solo me pasa a mi. 
 

Con enojo me dispongo a recoger mis cosas, esto lo anotaré en mi lista de cosas estúpidas que he hecho y me han ocurrido. En ese momento —para mi mal humor— oigo las puertas de el ascensor abrirse y del mismo sale un hombre. Mira el lugar con un atisbo de confusión.
 

¿Y este quién es?
 

Viste de traje y luce como el típico idiota que ama llevar mujeres a su cama para luego botarlas y no volverlas a llamar nunca. Su cabello es de color rojo oscuro, casi llegando a lo castaño y su piel es clara. Parece que habla por celular y aprovecho el momento para recostarme en la pared sin que me note para escuchar —y no por chisme— su conversación.
 

—Si, si, el lugar esta solo —alcanzo a oír que le dice a quien este en el otro lado de la línea, masculla un: Ajá y se queda un momento en silencio para luego agregar— Nadie es lo suficiente estúpido para venir un domingo a esta hora.
 

Muy bien, ahora sí quiero golpearte.
 




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